HUITZILOPOCHTLI:
EL DIVINO NIÑO SOLAR
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Navidad es una de las festividades más importantes dentro del Cristianismo, y
tiene lugar cada año, el día 25 de diciembre. Es precisamente en este mes,
cuando un fenómeno muy interesante se presenta —conocido desde la antigüedad—, al
cual, hoy lo designamos bajo el nombre de: Solsticio de Invierno.
A condición de nuestro moderno calendario, éste puede tener lugar el día 21 o
22 del mes decembrino.
Antiguamente, para diversos pueblos del mundo,
se trataba de una fecha trascendental, en tiempos previos al surgimiento del
Cristianismo. Lo que hace especial al Solsticio de Invierno, es por
tratarse del tiempo en el que hay menos luz en todo el año. Dando una impresión
a las culturas antiguas, como si el sol hubiera muerto, perdido sus energías o intentado
alejarse de nosotros. Lo significativo, después de todo, es que el benevolente
astro terminaba resurgiendo victorioso de las tinieblas, para proseguir con el
alumbramiento y el resguardo de la humanidad.
Desde tiempos remotos, pasando por la Antigua
Sumeria, Babilonia, Egipto, Grecia y Persia —por sólo hablar de algunos—, los
fenómenos manifestados en los cuerpos celestes no fueron ajenos. Así, lo
opuesto al antes mencionado Solsticio de Invierno, es el Solsticio
de Verano, fenómeno que tiene lugar el 21 o 22 del mes de junio, siendo
la fecha en donde hay más luz de todo el año.
Estos acontecimientos en los astros se
encontraban asociados a la figura de los líderes político-religiosos, algo muy relevante
por aquellos años, al igual como ocurrió en lo que hoy es México. Sus nacimientos
estarían anunciados en las señales interpretadas de la bóveda celeste. Un líder
religioso era considerado un mensajero de Dios y depositario de su confianza;
de modo que el rostro de la divinidad podía ser contemplado en el suyo. Su caminar
entre los seres humanos sería un eterno peregrinaje, así como peregrinan las
estrellas del cielo, en eterno movimiento para sostener la vida.
En el Solsticio de Invierno, etapa donde
hay menos luz del año, los mesoamericanos celebraban el nacimiento del dios Huitzilopochtli,
deidad solar vinculada a la guerra. Su nombre se traduce como: “colibrí
zurdo”. Huitzilopochtli era el arquetipo excelso del guerrero perfecto.
Los aztecas, adiestrados en el arte bélico, creían que los combatientes zurdos
eran los más fuertes. Y así parece evidenciarlo la ciencia, ya que los
resultados obtenidos en tiempos recientes, por el investigador Thomas
Richardson, arrojaron que los boxeadores zurdos cuentan con mayor ventaja durante
una pelea, que los diestros.
Para los antiguos, milagrosamente el dios Huitzilopochtli
—que representa al astro rey—, después de la gran oscuridad en la que el orbe
fue sumido con la llegada del solsticio invernal, resurge de la muerte. El “Niño
Sol” o “Niño Divino” ha vuelto a nacer. En esta primera etapa
del recorrido que hará durante todo el año, el sol se queda “quieto” en
un punto del cielo, de tres a cuatro días. Por esta condición de aparente “quietud”
(pareciera que el sol “sube”, pero sólo hasta cierta “altura”
durante esos días iniciales), es de donde se explicaría la procedencia del vocablo
en latín: “solsticio”, traducido como: “sol quieto”.
Es por ello, que Huitzilopochtli era
representado con la imagen de un colibrí, por ser la única ave
que puede mantenerse “quieta” en un mismo punto, mientras vuela. A
continuación, el sol está listo para iniciar su peregrinaje (como hacen los
líderes espirituales) en el año. Por cada mes que transcurra, irá “subiendo”
más, hasta llegar a junio, en el que alcanzará su punto más alto e irradiará
mayor luz sobre la Tierra, aconteciendo el Solsticio de Verano. A partir
de allí, en los siguientes meses restantes del año, irá descendiendo
progresivamente, hasta su muerte en diciembre, para volver a nacer y repetir el
proceso.
Por su parte, los mayas —que también se
encontraron interesados en la medición del año solar—, contaban con un
calendario denominado: “Haab”, cuyo nombre puede ser interpretado como “hamaca”,
en alusión a los movimientos del sol, dando la apariencia de “balancearse” de
un lado a otro.
Los antiguos decían, que, durante su trayecto
en el año, el sol sufría transformaciones, que involucraban —desde luego— un
profundo simbolismo. El colibrí de diciembre iría mutando a lo largo de su recorrido,
adquiriendo la forma de distintas aves. Los diferentes matices del sol, la
intensidad de sus rayos y los cambios de temperatura en el planeta eran las
consecuencias.
En el mes de julio, Huitzilopochtli se
manifestaba como águila, ave emblemática solar. Aunque las fuentes suelen diferir
respecto al día exacto de la fundación de la capital mexica: Tenochtitlán, se ha
dicho que fue un 26 de julio. La leyenda nos cuenta que Huitzilopochtli condujo
a su pueblo, de modo que, allí donde fuera encontrada la señal divina —el
águila y la serpiente—, habría de instaurarse la capital azteca.
Los indígenas dicen, que existen dos fechas del
año en las que el sol apunta “directamente” en nuestros cuerpos; por lo
que, si dirigiéramos la mirada al suelo, no veríamos nuestra sombra. Uno de
esos días, es el 26 de julio, cuando el colibrí (Huitzilopochtli) se ha
transformado en águila (el sol) para devorar a la serpiente (la sombra): día solemne
de la fundación de Tenochtitlán, la ciudad imperial.
“El conocimiento habla
y la sabiduría escucha”
(Jimi Hendrix, 1942-1970).