"Teseo y el Minotauro", en el Jardín de las Tullerías, Étienne-Jules Ramey. |
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n el Mediterráneo oriental se
desarrollaría una importante y reconocida —históricamente hablando— Talasocracia.
Este término, procedente del griego, se traduce como: “poder del mar”;
por lo cual, todo Estado capaz de alcanzar un poderoso dominio marítimo entraría
dentro de esta categoría.
Creta, la isla más
grande de Grecia, fue centro y madre de la civilización minoica o
cretense, que fue capaz de gobernar no sólo el Mar Egeo y la península
del Peloponeso, sino de abrir rutas comerciales hacia el occidente mediterráneo,
lo que en el transcurso le permitió adquirir conocimientos sobre la metalurgia
del hierro y la cultura mesopotámica. Cabe destacar que, sería gracias a Creta,
por lo que gran parte de este saber fue transmitido a los griegos, quienes
después lo heredarían a los romanos y quienes, a su vez, lo legarían al mundo
occidental.
Es
sorprendente, que los griegos (o helenos) no tuvieran
conocimientos profundos sobre su pasado. Para ellos, su historia comenzaba con
la llegada de los aqueos (o dorios), como solían llamar a las hordas
de nórdicos que habían invadido sus tierras. Por este motivo, al período histórico
anterior a esto, se le conoce como Prehelénico.
Zeus —dios
principal del panteón griego—, nació en Creta, quien más tarde engendró al que
sería el mítico rey y soberano de esta isla: Minos, el cual fue
instruido por su padre y recibió su código para gobernar, lo que dio lugar a la
fundación de la conocida civilización minoica. Los historiadores
hallan coincidencias con otros personajes fundadores de otras civilizaciones,
tales como Moisés, Menes, Mannus y Manu.
De
acuerdo con Tucídides y con Heródoto, Minos fue el primero en instaurar un poderío
naval, haciéndose dueño del mar. Bajo este régimen, impuso tributos a Sicilia y
Atenas, en donde esta última —cada nueve años— estaba obligada a enviar a Creta
catorce jóvenes (siete hombres y siete mujeres); quienes serían arrojados al Laberinto
del Minotauro para ser devorados por este monstruo con cabeza de toro.
Sería
entonces cuando Teseo, un príncipe de Atenas, cansado por el
sometimiento hacia su ciudad, decidió poner fin a semejante humillación, en la
cual se ofrecían vidas humanas en sacrificio. El osado héroe se embarca rumbo a
Creta para dar muerte al Minotauro y, valiéndose de la ayuda de Ariadna (hija
de Minos), logra su cometido. Según Baquílides, Teseo bajó a las profundidades
del mar para recuperar el anillo de oro que Minos había arrojado, y el cual era
símbolo del dominio sobre el mar; de modo que, al obtenerlo, el poder de éste pasaba
de Creta a Atenas.
Poco
tiempo después, en una incursión contra Sicilia, Minos muere en combate,
ocasionando que Creta quedara abandonada por sus habitantes, la cual tuvo que
ser repoblada por otros grupos humanos, especialmente griegos.
A
pesar de los constantes conflictos en los que estos pueblos se solían ver
inmersos, cabe destacar que todos pertenecían a un mismo tronco racial: la mediterránea,
que aún cuando se vieran como extranjeros, en el fondo no lo eran.
Durante
largo tiempo, personajes como Platón e historiadores de la Grecia Clásica,
despreciaron la mitología, al no reconocer las leyendas. Sin embargo, gracias a
los extraordinarios descubrimientos arqueológicos, estos relatos tendrían la
reivindicación que durante siglos les fue negada.
“El
conocimiento habla
y la sabiduría
escucha”
(Jimi Hendrix, 1942-1970).