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se ha hablado de la existencia de dos fuerzas, que conducen e influyen, en la
naturaleza y en el ser humano. La lucha de los polos opuestos es un concepto,
por todos conocido, en el mundo occidental de nuestros días y, sobre todo, para
quienes profesan religión alguna.
Así, no es indiferente, para nosotros, cuando escuchamos
que el bien siempre está en duelo con el mal; que la luz está en contra de la
oscuridad; o que el frío está en disputa con lo caliente, por ejemplo. Esto también
es conocido, por otros muchos, como lucha de la dualidad. Y aunque pudiera
pasar como un aspecto casi o nada relevante —en
fecha actual—, si nos trasladamos a tiempos pasados, nos daríamos cuenta de que
fue algo importante para nuestros ancestros.
Pok Ta
Pok, es el nombre como se le conoce, por la
Historia, al célebre juego de pelota prehispánico que, en muchas obras
extranjeras —y no sólo literarias, sino también de entretenimiento—, se ha hecho alusión; aunque no siempre de un modo específico o
exacto. Pero que, gracias a dichas evocaciones, tal vez muchas veces,
inexactas, nuestras tierras se han hecho atractivas a nivel internacional. Así
encontramos, por ejemplo, referencias como en la película “El Camino hacia El Dorado” de Dreamworks
Animation, o en el escenario ficticio ‘Mayahem
Temple’, de tinte prehispánico, del videojuego “Banjo-Tooie” de Nintendo. Aunque existen muchas más.
El juego
de pelota era una representación de la concepción sagrada, de los mayas,
sobre el Universo; es decir, de esa lucha eterna de las fuerzas del cosmos por
encontrar el equilibrio. Los campos de juego en Mesoamérica podían variar en
tamaño. No obstante, una característica en ellos era que, la forma del área consignada
para esta finalidad solía ser angosta pero larga, delimitada por dos muros
paralelos; en donde la acción se llevaría a cabo del extremo este, al extremo
oeste, simbolizando con ello, el momento de la aparición y el ocaso del sol. Se
tiene registro de que en Chichen Itzá estaba localizado el más grande; y más
aún, algunos aseguran que, únicamente los mejores jugadores, eran dignos de
poder jugar en la explanada de este esplendoroso centro ceremonial.
Una característica más y un tanto peculiar, es
que dichas estructuras solían ser ubicadas en las zonas más bajas de todo el
complejo ceremonial. Se presume que esto podía ser, debido a que se trataría
del simbolismo que encarnarían los jugadores, como “seres divinos”, al
descender al inframundo, para competir contras los seres de la oscuridad. El
movimiento de la pelota (aspecto trascendental del ritual), vendría a adquirir
connotaciones representativas del dinamismo de los astros y, principalmente,
del sol.
De acuerdo con el testimonio de distintos
cronistas, tras la llegada de los españoles a América, hablando de personajes
claves, tales como Fray Bernardino de Sahagún o Alonso de Molina, los miembros
de los equipos debían prepararse para su encuentro haciendo expiación y
ofrecimiento a los dioses, previamente. Pues debe tenerse muy en cuenta, que se
trataba de un acto solemne y de mucho respeto.
El juego consistía, básicamente, en mantener en
movimiento la pelota de caucho, la cual podía ser golpeada por los jugadores
con el hombro, el antebrazo, los codos, las caderas o las pantorrillas (esto
dependía de la ubicación geográfica y de la Cultura
que lo practicaba). El juego culminaba cuando un jugador, lograba introducir la
pelota, en uno de los aros ubicados a casi nueve metros de altura. Así, situamos
ciertas variantes de este deporte; por ejemplo, en algunas partes de Oaxaca se
le conoció como “Taladzi”, las etnias de lengua náhuatl llegaron a nombrarlo como
“Tlachtli” o bien, como “Ulama”, en otras zonas del país.
Regresando con los mayas, se ha afirmado que la
competencia era una remembranza del enfrentamiento de los hermanos divinos: Hunahpú
e Ixbalanqué, quienes bajaron al inframundo para retar a los dioses de Xibalbá
en este juego. El propósito, definir el destino del Universo; por lo que, tras
su triunfo, los hermanos se transformaron en el sol y en la luna, respectivamente.
Tampoco era indiferente, en otros pueblos, la rivalidad atávica de Quetzalcóatl
y Tezcatlipoca, símbolo de naturalezas opuestas. De allí que, al investigar en
torno a este tema, es muy probable que nos encontremos, con las dudas de los
historiadores sobre cuál era el destino del perdedor.
Existen estudiosos que sostienen, que el juego
de pelota sirvió como una alternativa para evitar la guerra. De este modo, los
pueblos resolverían sus controversias políticas y patrimoniales mediante este
enfrentamiento en la cancha. Según el historiador Ixtlilxóchitl, Ce Ácatl
Topiltzin (el gran mensajero de Quetzalcóatl), incluso disputó el gobierno de
determinadas tierras mediante este juego.
Por otra parte, quienes se inclinan a pensar
que el vencedor era sacrificado, mencionan
que cada uno de los jugadores se preparaba con entusiasmo y fervor durante toda
su vida, con el único deseo de llegar a ser merecedor, no sólo de competir en
el gran estadio, sino de alcanzar tal hazaña; para así convertirse en la deidad
que armonizaría el orden cósmico, siguiendo el ejemplo de los hermanos divinos.
En lo que respecta a hoy en día, el juego de
pelota es uno de los tantos temas que atraen a los extranjeros para visitar
México. Las épicas historias que los grandes edificios antiguos encierran, son
un tesoro que debe ser conservado y difundido por los mexicanos; pero, ante
todo, apreciado por todos nosotros.
“El conocimiento habla
y la sabiduría escucha”
(Jimi Hendrix, 1942-1970).