EL SOL: LA LUZ
DE NUESTRA VIDA
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urante las horas de luz sabemos que se
encuentra allí, y cuando oscurece sabemos que al “día siguiente”
volverá. De modo que, todo pareciera, que nos resulta cotidiana e irrelevante
su presencia. Se dice que, antes de que el hombre tuviera acceso a tantas
comodidades —como de las que hoy goza—, solía siempre dirigir sus ojos al cielo,
de donde sus ancestros procedían y hacia donde retornaron. Hoy en cambio, el
día con día de la gran mayoría, sólo se enfoca a una vida horizontal, inmersos
en sí mismos.
La
luz del sol es pieza clave para la vida de todos los organismos de la Tierra, y
a su vez, causante de muchos de los fenómenos energéticos de nuestro planeta;
como lo son las corrientes marinas y los vientos atmosféricos, ambos
valiosos para la distribución de calor en el globo terráqueo por agua y aire.
El
surgimiento del sol —entre las teorías más aceptadas—, se piensa que ocurrió
hace aproximadamente 4,600 millones de años, cuando el Universo era
relativamente “joven”, contando por aquel entonces, con una edad de apenas
10 mil años (pues se dice, que actualmente el Universo tiene una antigüedad de
15,000 millones de años). El sol tuvo su origen —y con ello, el sistema solar—
a raíz de la condensación de una primigenia nube de gas y polvo cósmico.
La
nube antes dicha, se formó por eventos catastróficos previos en el Universo. Ésta
tenía una forma irregular, pero gracias a que giraba en torno a sí misma, logró
no sólo conservar su estructura, sino que la fue moldeando hasta ganar un
aspecto de disco aplanado. Pero al cabo de un tiempo, debido a la gravedad y al
movimiento siempre presente, el material que la componía terminó finalmente por
concentrarse en su parte central, dando lugar a una masa enorme de hidrógeno, pero
ahora con forma de esfera, que se le conoció como “protosol”.
Esta
esfera gigante o protosol, continuaría creciendo y alcanzando temperaturas
sumamente elevadas, hasta que en algún momento no pudo contenerse más y
explotó. La detonación provocó que el sol naciente se expandiera.
Acto
seguido, los átomos —en estado gaseoso— presentes en la nube restante,
comenzaron a enfriarse, a condensarse y con el tiempo a formar metales y rocas;
mismos que, posteriormente, comenzaron a impactarse unos con otros durante
muchos años, formando así, cuerpos de mayor tamaño, conocidos como “planetesimales”.
¿A qué se debían estos choques constantes? Debido a la gravedad, misma que
actúa como una fuerza de atracción sobre otros cuerpos; y que entre mayor sea
la masa del objeto, mayor será dicha fuerza.
Al
cabo de millones de años, la masa y la estructura, fueron lo suficientemente
colosales como para diferenciarse en planetas, asteroides y satélites. De
acuerdo con los científicos, esta teoría del origen del sistema solar puede
evidenciarse en las cicatrices que los cuerpos presentan en su superficie, puesto
que todos los cráteres que vemos son producto de los intensos impactos de miles
de años en el pasado.
Trasladándonos
a tiempos más recientes, Anaxágoras, contrariando a su tiempo, pensaba que el
sol no era una divinidad, sino que consistía en una enorme masa candente. Hoy
se sabe, que se trata de una enorme estrella: una gran esfera gaseosa y centro
de nuestro sistema solar, cuya parte externa de dicho cuerpo, se encuentra en constante
ebullición.
Según
la ciencia, la temperatura del centro solar es de 15 millones de grados
centígrados, y la de su superficie es menos caliente, alcanzando los 5,500
grados centígrados. Su constitución abarca una cantidad considerable de
hidrógeno, el cual, a su vez, con las reacciones que se llevan a cabo en este colosal
cuerpo, dan surgimiento a los átomos de helio. Como dato de interés, el helio
fue descubierto primero en el sol que en la propia Tierra; motivo por lo que
fue bautizado como tal, en honor a Helios, dios solar de la Grecia
Antigua.
Pese
a que la constante energía nuclear que el sol produce le ocasiona pérdida de
masa (cada segundo pierde cerca de 4 millones de toneladas), debido a la
transformación de hidrógeno a helio, la luz que emite se mantiene lo
suficientemente estable, como para no tornarse como una grave alteración para
nosotros.
Los
biólogos dicen que el origen de la vida proviene de las aguas. Pero si
consideramos la existencia anterior de este tipo de historias en el vasto
espacio exterior, nos detendríamos a comprender el motivo por el cual, nuestros
ancestros levantaban sus ojos a los cielos: respetándolo y valorándolo
inmensamente.
“El
conocimiento habla
y
la sabiduría escucha”
(Jimi
Hendrix, 1942-1970).