Mosaico bizantino que representa a Justiniano y a su séquito. |
ICONOCLASTIA: EL RECHAZO DE ICONOGRAFÍA RELIGIOSA
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as imágenes son un recurso de suma
importancia dentro del culto público, alrededor del mundo. No se trata de algo
nuevo, puesto que, a través de los siglos, éstas han gozado de una
significativa relevancia dentro de la gran mayoría de religiones y creencias;
trátese de actos de veneración, o bien, como manifestación en general de la fe
de los creyentes.
Podría
aseverarse que su uso se originó con la aparición de los primeros ídolos
primitivos, mucho tiempo antes de nuestra era. Años después, con el surgimiento
de las primeras civilizaciones de la Tierra, era comprensible que, una vez
instaurado un dogma, las divinidades fueran representadas a través de figuras —hechas
diestramente por la mano del hombre—, con el empleo de distintos materiales y
en diferentes proporciones y estilos.
No
obstante, aunque actualmente es posible que todo esto resulte cotidiano, este
tema ha sido motivo de grandes controversias y desacuerdos en la Historia. Hoy
nos enfocaremos únicamente a uno de esos tantos casos.
En
el siglo VIII, el Cristianismo protagonizaría el comienzo de una de las etapas
más complicadas de su existencia, tras el brote de rebeldías internas dentro de
su seno, en lo que a materia de fe se refiere. Dentro de esto, se involucraría la
problemática y discusión respecto a la aceptación o rechazo de la iconografía (uso
de imágenes y/o representaciones religiosas) en la Iglesia.
Si
esto fuera poco, Europa se encontraba sumergida en la guerra. Una de sus
principales amenazas era el avance de los árabes, que independientemente de la
toma de territorio, su triunfo supondría el cambio de la ideología religiosa en
los pueblos conquistados.
El
Imperio Bizantino (Bizancio), fiel al Papa y a la Iglesia de Roma,
representaba una defensa importante para hacer frente a los embates de la
guerra y contrarrestar la amenaza de los invasores. Sin embargo, pese a la lealtad hacia Roma, se
haría común el surgimiento de grupos opositores a la doctrina oficial, en
diferentes provincias de Bizancio. Repercutiendo progresivamente, hasta
convertirse en un problema de magnitud alarmante para Constantinopla, la
capital del Imperio.
Estos
brotes constantes de herejía dieron lugar a la aparición de un movimiento
ideológico denominado: "Iconoclastia", cuya principal
idea, radicaba en el rechazo del uso de imágenes por parte de la religión
cristiana. La influencia de los árabes, bajo el alarde de obtener victorias
militares por prescindir de iconografías religiosas, se cree que pudo haber
motivado al surgimiento de los icononoclastas.
León
III, proveniente de Isauria, creía que la actividad volcánica se debía al
desacuerdo y a la cólera de Dios, por el empleo de figuras, íconos y
representaciones diversas dentro de la Iglesia. Esto propició, que durante su
reinado se aboliera el culto con imágenes, dando lugar a protestas por parte de
los monasterios del Imperio, al igual que del gobierno central de la Iglesia. A
causa de ello, San Juan Damasceno, manifestaría su inconformidad diciendo que la
autoridad civil no debería interferir en materia religiosa.
Años
después, Constantino V, quien lo sucediera en el trono y continuara su legado,
sería implacable en la persecución contra todos aquellos en oposición. Convocó
al clero del Imperio para debatir sobre la polémica generada, llegando al
acuerdo de no cancelar el culto del todo hacia la persona de los Santos y de la
Virgen, únicamente excluyendo el uso de las figuras e imágenes que les
representasen.
Su
hijo Leon IV, únicamente gobernaría durante cinco años al Imperio, dejando a su
viuda, Irene de Atenas, como la nueva emperatriz, misma que decidió restablecer
de nueva cuenta el uso de imágenes para el culto religioso, a fin de ganar la
confianza de la sede de Roma. Se dice, que Irene en su afán de conservar este
decreto, sintiendo la amenaza de su hijo, Constantino VI, a quien debía cederle
el título, hizo vaciarle los ojos para incapacitarlo. Esto debido, a que el
joven heredero demostraba empatía con las ideas de sus antecesores.
No
obstante, tiempo después con la llegada de posteriores monarcas, de nueva
cuenta se impondría la prohibición. En su momento, llegaría al poder la
emperatriz Teodora; misma, que al igual que Irene, devolvería el culto con
imágenes. Sin embargo, todos los antecedentes de persecución religiosa de los
anteriores años, impedirían que se restableciera la confianza de época pasadas
con la Iglesia de Roma.
“El
conocimiento habla
y la sabiduría
escucha”
(Jimi Hendrix,
1942-1970).