PAYASOS: MIEDO
O ALEGRÍA
M
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uchos de nosotros, desde la infancia,
hemos sentido miedo hacia algo. Trátese, en este caso, de algún objeto, animal,
o personaje en especial. Hay quienes le temen a un diminuto bicho; otros, a
escasas o considerables alturas. Dependiendo del individuo y las circunstancias,
estos temores pueden desarrollarse, bien, desde una corta edad, durante la
adolescencia, e incluso, en la etapa adulta.
Este
sentimiento de inseguridad es causado por una experiencia traumática, que se
vive, en un momento determinado. Y por irónico que parezca, en ocasiones, al
intentar los padres, crear un ambiente agradable, o pretender ganar una sonrisa
(tratándose de niños), en vez de ello, resulta contraproducente. Uno de los
miedos más comunes, se asocia con esos simpáticos personajes que pueden verse por
las calles o en el circo: los payasos.
Los
payasos, en general, cuentan con la aceptación del público. Pero, para un determinado
sector es totalmente opuesto; recayendo más en los niños. Entre las causas que
se le adjudican a esta anormalidad, en el comportamiento de los menores, es a
la incertidumbre ante el desconocimiento de la verdadera identidad del
disfrazado. Pero siendo honestos, esta explicación resultaría insuficiente.
La
personalidad proyectada durante el acto, a través de diferentes recursos, tales
como: la risa de expresión burlesca, calzado de tamaño exagerado, atuendo colorido,
un maquillaje grotesco, así como el uso de peluca abundante o casi nula, son factores
que no pasan desapercibidos, e incrementan la desconfianza hacia estos
personajes.
La
figura del payaso ha estado presente desde hace varios siglos, y aunque quizá,
muchas personas no lo sepan, es considerado un arte. Ciertamente, su papel se
encontraba en calidad de miembro de la servidumbre, pero la historia también nos
señala, el protagonismo de los bufones en las cortes; quienes, incluso, llegaban
a gozar de ciertos privilegios, por la empatía lograda con los altos gobernantes.
Algunas
fuentes señalan, la oportunidad de la que gozaban aquellos de mayor jerarquía, al
exponer opiniones un tanto peligrosas, como lo sería contrariar las ideas del
soberano y ser tolerados. Un ejemplo muy mencionado, es el de Yu Sze, quien
logró convencer al Emperador, de no continuar con la idea de encargar, a miles
de trabajadores, pintar la Gran Muralla China; con ello, muchas vidas fueron
salvadas. En otros países, pese a las bromas gastadas en el escenario, eran
reconocidos por su gran inteligencia, misma que era reflejada en sus sabios
consejos al monarca.
El
término “clown” y “bufón” son hoy utilizados como sinónimos, pero
la diferencia, si es que podemos llamarle de ese modo, radica en la filosofía
de cada uno. La palabra clown proviene del inglés “clod”,
traducido como lugareño o aldeano. Este personaje en escena simula el
comportamiento de los niños, al pretender ser aceptado por el público (como un
infante lo busca de sus padres); estructurando su desarrollo en escena, de modo,
que la audiencia se sienta conectada con él, buscando en su aprobación y/o
desaprobación, el siguiente paso para sus movimientos, a fin de alcanzar el
aplauso.
El
bufón, por su parte, le es indiferente la empatía del público al que se
dirige. Su intención es la de expresar su punto de vista, sobre el estado de
cosas en la que se ve inmersa la sociedad, buscando hacerla despertar y que
mejore. Es directo en lo que manifiesta, y no necesariamente debería ser bajo actuación,
sino mediante discursos. De allí que los poderosos, muchas veces se vieran
influenciados por sus palabras, meditando y tolerándolos.
En
ambos casos, hablamos de personajes que esconden una profunda inteligencia; y que,
simulando extravagancia en su papel, realmente son más listos de lo que parecen.
Atreviéndonos a emitir una opinión al respecto, luego de este pequeño recorrido
histórico, es posible que, debido a esa naturaleza, que implica que un “verdadero
ser” esté siendo ocultado por el disfraz (genio), explicaría la
desconfianza que algunas personas han llegado a desarrollar. Lo cual, audazmente,
ha sabido ser explotado por la industria cinematográfica, agregándole, a la
figura del payaso, una connotación siniestra y malévola; en donde la sátira, la
broma y la burla, —características de estos personajes—, resultan elementos
principales, que permiten obtener una cinta inquietante, que resulta de la
ironía de transformar la inocencia en maldad.
La
coulrofobia es definida como un temor irracional a los payasos,
que, al ser proveniente de vocablos griegos, significa: “miedo al que va
sobre zancos”, por la particularidad de que estos, también han llegado a formar
parte de sus utensilios de trabajo. Algunas personas intentan controlar su inseguridad,
asistiendo a sesiones psicológicas, que es lo más recomendable.
Como
curiosidad, en el siglo pasado, fue muy difundido el caso de John Wayne Gacy, quien
pasó a ser conocido en la historia como “Pogo, el payaso asesino”, de
quien se ha dicho, ha servido de inspiración a cineastas.
Por
otro lado, en México es imposible no hacer mención, de la admiración y el cariño,
de las que gozan y continúan siendo recordadas, personalidades que se han destacado
en el medio del entretenimiento familiar, como lo fue Ricardo González
Gutiérrez, mejor conocido como “Cepillín”. Mismo que, gracias a su popularidad,
obtuvo un programa televisivo con gran número de telespectadores.
El
caso es, que, prescindiendo de lo que el cine y la televisión, muchas o pocas
veces puedan llegar a distorsionar —en lo que a la esencia de las cosas se
refiere—, lo importante siempre será, valorar el trabajo de todas aquellas
personas que han decidido dedicar su vida a esta labor, sacándonos de la rutina
de nuestros afanados días, logrando generarnos sonrisas y alegría.
“El
conocimiento habla
y la sabiduría
escucha”
(Jimi Hendrix, 1942-1970).