LA ISLA DE PASCUA:
EL CENTRO DE LA TIERRA
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i algo ha sido una constante en la
Historia de la humanidad, es el hecho de que las grandes civilizaciones han
sido producto de la mezcla de ideas e invenciones de diferentes individuos.
Personas de genio e intelecto que, a partir de la herencia de los antepasados,
han continuado el legado. Asimismo, el contacto inevitable con otros grupos
humanos propicia este despertar intelectual.
Tomando
en consideración lo anterior, sería impensable, o quizá increíble, que algo así
pudiera darse sin estas circunstancias. Es por ello, que el caso especial de la
Isla de Pascua —desde su descubrimiento en el siglo XVIII por Jakob Roggeveen, hasta
la fecha actual—, continúa desafiando a la ciencia, toda vez que, tratándose de
una porción de tierra situada al sur del inmenso Océano Pacífico, haya sido
capaz de alojar a una civilización independiente del resto del mundo.
En
la Isla de Pascua encontramos tres volcanes: el Rano Kau, el Terevaka y el
Poike, los cuales, gracias a su presencia y actividad, con el paso de los años
dieron lugar a la forma triangular de este interesante lugar.
Hablamos
de un asentamiento humano que fue capaz de desarrollar avances respetables, tomando
en cuenta las condiciones del lugar; por ejemplo, en lo que a arquitectura y
escritura se refiere. En el caso de las esculturas, los imponentes “moai”
—hechos a base de toba volcánica—, son actualmente las obras representativas de
esta cultura, atrayendo la atención de cientos de turistas, y cuyo simbolismo es
motivo de especulaciones, sugiriéndose que representaría la presencia de los
antepasados de los naturales.
Se
sostiene que la cantidad de individuos que llegaron a la Isla en el siglo V —polinesios,
y que tiempo después la poblarían y colonizarían—, sería alrededor de 500. A su
llegada, vendría entre ellos el rey Hotu Matu’a, quien llamaría a estas tierras
bajo el nombre castellanizado: “Ombligo/Centro de la Tierra”.
La
influencia religiosa era una cuestión importante para los lugareños. La nobleza
estaba constituida por los soberanos y por los sacerdotes. El monarca se
encontraba investido no sólo de autoridad, sino también de habilidades sobrenaturales
que lo hacían manifestarse frente al pueblo como un descendiente de una línea
de sangre divina. En los “ahu” —o altares destinados al rito—, era
donde el culto en honor a los ancestros tenía lugar. Estos altares jugaban un
papel importante cuando de ceremonias fúnebres se trataba, ya que el cuerpo era
colocado en ellos durante el tiempo de su descomposición, para posteriormente limpiar
los huesos, y entonces proceder a su enterramiento.
Ahora
bien, como es sabido, el “ahu” es como se les conoce a estas largas
plataformas de piedra, en cuya superficie se encuentran ubicados los “moai”
(las esculturas de gigantes). Debido a lo inexplicable de cómo figuras tan
pesadas pudieron ser transportadas hasta allí en aquellos remotos años, existen
teorías que intentan arrojar luz al respecto. No obstante, la leyenda reza, que
los propios “moai” se movieron por sí mismos, para tomar su lugar donde
reposarían para siempre.
“El
conocimiento habla
Y
la sabiduría escucha”
(Jimi Hendrix, 1942-1970).