Nahui ollin, símbolo portentoso de la unificación del Universo. Hay quienes interpretan el centro como un ojo divino. |
MAL
DE OJO: MITO O REALIDAD
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n muchas partes del mundo, se ha hablado siempre —desde el principio
de los tiempos—, de las posibles causas que acarrean, tanto los beneficios,
como a su vez, las desgracias, que aquejan al ser humano. Y al no encontrar
explicación racional, es decir, algo “lógico” captado por los sentidos,
las personas se inclinaron a sospechar que, muy probablemente, las causas
estuvieran siendo llevadas a cabo, pero desde un plano no visible.
No es intención del
presente artículo, el de entrar en debate, sobre la realidad o la verdad última;
ni mucho menos en cuestiones de índole sobre la verdad religiosa. Únicamente
busca tocar un tema, que ha estado presente desde hace muchos siglos, en lo que
hoy es México, al igual que en muchas culturas alrededor del globo terráqueo.
Es bien sabido, que
existen individuos, a los que muchas de las personas —crean éstas, o no—, les
atribuyen habilidades especiales y, por lo tanto, no presentes en las demás.
Habilidades que, bien pueden ser utilizadas para “el bien”, o que, en su
defecto, si estas personas también desearan, podrían hacer uso de ellas, pero
para “el mal”. La presencia de este tipo de personas ha existido en las
diversas culturas, se insiste; pero debido a la penetración progresiva de las
corrientes materialistas, en cierto sentido, este aspecto se ha visto mermado y
relegado, incluso, a un plano secundario y, muchas veces, olvidado (a
diferencia de la antigüedad, en donde se trataba de una situación de primera
índole).
La zona del sur de
México, y algunas partes de sus alrededores, tienen todavía muy arraigadas las
ideas de antaño, que se vinculan con las energías no visibles. Me refiero a
ciertas zonas, tales como Oaxaca, Chiapas, parte de Veracruz, pero
principalmente, Yucatán; éste último, reconocido conservador de la denominada “Medicina
Tradicional Mexicana”, como es conocida, desde luego con la última palabra,
en el extranjero. Una frase muy sonada, al investigar al respecto, es la que
reza —casi textualmente—, que “con los
ojos es posible derrumbar a un imperio”. El mal de ojo es definido, por algunos, como un padecimiento
ocasionado por la mirada de una persona hacia otra, transmitiéndole una energía
negativa, que terminará repercutiendo en la salud de ésta. Afirmándose que, ni
siquiera los poderosos del mundo estaban exentos de ser víctimas, y podían caer
sus gobiernos, ante la mirada de un simple mortal.
Para los mayas, por
ejemplo, los aires o vientos fueron catalogados como: buenos y positivos, o
bien, como malos y negativos. Estos últimos mencionados, pueden ser causantes
de distintos tipos de desequilibrios, de aparición de enfermedades, e incluso, de
la propia muerte. El motivo, es que el aire era considerado un elemento
conector entre el plano terrenal y lo sobrenatural, y que en él podía
reflejarse el merecimiento para cada persona.
Se decía, que los
malos aires podían provenir de la naturaleza, como consecuencia de algún
incumplimiento dentro de la sociedad, o por conductas inapropiadas
(principalmente, la desobediencia a los postulados morales y a las divinidades.
Pero entiéndase: como merecimiento, no como “amonestación” o “despecho”
divino, por decirlo de un modo). Sin embargo, también se afirmaba, que estos vientos
negativos podían ser generados por los mismos seres humanos. Ahora bien, tratándose
de esta segunda categoría, es en donde entraba la idea, de que ciertos
individuos contaban con la habilidad de dañar, con su mirada y mal deseo, a sus
semejantes y hasta a los animales. En otras palabras, un perjuicio ocasionado
por la envidia, como factor principal y para la mayoría de los casos
registrados.
Lo que la mayoría
de la gente sabe —o ha oído—, hasta nuestros días (aunque lo desapruebe o lo
vea como algo ‘fantasioso’ o ‘supersticioso’), es que el mal de ojo es
mayormente propenso en bebés y en menores de edad, en general (primariamente).
Y en menor medida, los adultos lo pueden llegar a sufrir. No están libres como
para no padecerlo. Entre los síntomas, se mencionan algunos como los
siguientes: dolor de cabeza, fatiga, náuseas, debilidad corporal, pesadez
mental, vómito, falta de apetito, desesperación, ansiedad, llanto (en niños),
sed, insomnio, hundimiento de ojos y palidez. Sin embargo, es posible que falten
señalar otros más; aquí sólo se mencionan los más comunes y escuchados. No
obstante, es bien sabido, que cada persona por ser distinta presentará un
cuadro diferente; por lo que es de advertir, que no se espere el mismo
resultado.
Los indígenas
solían hablar (y muchos todavía continúan haciéndolo) de diversos “agentes del
ojo”. Así pues, encontramos tales como: “ojo de hombre”, “ojo de mujer”,
“ojo de borracho”, “ojo de sol”, “ojo de embarazada”, por sólo citar los
más conocidos. Se cree, que el mal de ojo es dirigido contra personas débiles
—hablando, claro está, en un ámbito espiritual o energético—. Es por ello, que
los niños son más susceptibles a él, por encontrarse todavía en un proceso de
desarrollo.
La transmisión de
la energía dañina —es decir, de “ojear”—,
se da cuando la persona es vista por alguien con la “mirada fuerte o pesada” (u
“ojeador”). Ante todo, el motivo de ello (se dice), es cuando la persona
afectada (u “ojeado”) es bonita. El ojeador se queda con deseos de
tocar, abrazar o besar al niño, por lo cual, esa energía reprimida es pasada al
infante con esos efectos dañinos. Cabe señalar, que los indígenas también
denominaron a esta dolencia, como: “el
mal de las muchachas hermosas”; pues llegaban a haber mujeres que tendían
a padecerlo, incluso en la adultez, y buscaban ocultar sus rostros para evitar
el maleficio; sea ya por envidia de mujeres o por la admiración de hombres.
En la segunda
entrega de este tema, continuaré profundizando sobre este fenómeno, increíble
para muchos y verídico para otros más.
“El
conocimiento habla
y la
sabiduría escucha”
(Jimi Hendrix,
1942-1970).