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tantas las historias las que nos cuentan nuestros mayores, y son muchas las versiones
adaptadas a cada una, por lo que, al leerlas y escucharlas, tienes que darle el
sentido a lo que rodea a cada palabra, para así adentrarte en una de las
grandes riquezas de nuestro folclor mexicano.
Algunas personas, ya de edad bastante
adulta, platican estas historias, que, a su vez, les fueron transmitidas por
sus padres y abuelos. Lo más interesante del caso, es que pareciera, como si
ellos hubieran sido testigos presenciales de los hechos; lo que hace, que cada
historia, tenga un tinte increíble de veracidad.
Para
mucha gente, el mantener vivas estas leyendas, son parte fundamental de su
existencia, ya que la importancia de su esencia, es lo que identifica a sus
creencias y tradiciones; aunque en muchos de los casos, sean muy difíciles de comprender
y, simplemente, haya que dejarse llevar por la trama que encierra cada relato,
para disfrutar un momento de la maravillosa narración, o en su caso, de la
lectura, de lo que puede llegar a considerarse un hecho verídico.
En
esta ocasión, relataré a mi estilo, una leyenda de la que tiene su origen, para
algunos, en el siglo XVI; para otros en el XVII y, para unos más, en el XIX: la
afamada “Mulata de Córdoba”.
Se
cuenta que, en las inmediaciones de la localidad de Córdoba, en el Estado de
Veracruz, nació una niña de nombre Soledad; la cual, era hija de un matrimonio
dedicado a las labores del campo y a la crianza de aves de corral y cerdos; por
lo que su modo de vida no era distinto a la de muchas familias mexicanas.
Se
dice que Soledad, al ir creciendo, formó un vínculo con algunos animales
silvestres de la zona, destacando los coyotes, que a la postre, llegarían a ser
sus aliados más tarde. Cuando estaba en la edad adolescente, inició lo que
sería su sello de identidad; su madre fue víctima de una extraña enfermedad que
la tenía al margen de la muerte.
El
padre de Soledad, al ver el estado crítico de su esposa, decidió ir en busca de
un curandero; a lo que Soledad, tomó la iniciativa de calentar agua y, con un
manojo de hierbas, se dispuso a frotarlas por el cuerpo de su madre, la cual se
recuperó en unos momentos más tarde, de forma casi milagrosa.
Ahí
nació la leyenda de Soledad, como una reconocida herbolaria. Lo que pronto se
hizo del conocimiento de los alrededores, de donde llegaba gente para ser
curada con sus métodos, a base de hierbas; cosa que hacía con mucho gusto, pero
que más tarde se convertiría en su perdición.
Soledad,
con el paso del tiempo, se convirtió en una hermosa mujer. Solitaria, haciendo
honor a su nombre; destacaba por su porte y por el color moreno de su piel,
debido a que se decía, que su linaje era de origen mestizo, a base de sangre
española y raza negra. Esto no pasaba desapercibido para los hombres de la
región, quienes intentaban cortejarla sin éxito, incluyendo a Don Martín de
Ocaña, alcalde de la ciudad de Córdoba, quien hacía todo lo posible para ser de
su agrado, pero ella simplemente los rechazaba a todos.
La
fama de “la Mulata” fue creciendo. Nunca se supo el origen de sus
conocimientos en el área de la herbolaria, por lo que fue catalogada como
hechicera, al atribuírsele, el control sobre algunos eventos de la naturaleza,
y a los rumores que hiciera trascender, Don Martín Ocaña, por despecho, al
sentirse rechazado por Soledad.
A
tal grado, que se le imputaban poderes mágicos y tener un pacto con el diablo,
por lo que la Santa Inquisición no tardó mucho en hacerse presente,
interrogando a los habitantes de la zona para obtener testimonios, y así,
poderla acusar. La gente estuvo a favor y en contra; por un lado, los que nunca
se vieron favorecidos por ella y, por otro, los que en alguna ocasión
recibieron su ayuda.
Haciendo
contraste con lo anterior, Soledad asistía a misa cada domingo, por lo que
causaba incertidumbre de lo que de ella se hablaba, logrando una gran cantidad
de dudas sobre su persona; puesto que llegaban a decir, que podía estar en dos
lados al mismo tiempo y cosas que discrepaban de su religiosidad.
En
otra versión de esta leyenda, se dice que Soledad fue increpada por algunas
personas, con el objeto de matarla; pero sus amigos, los coyotes, la
protegieron, ahuyentando a los visitantes. Todo esto dio paso a su aprehensión,
por parte de la Santa Inquisición, y ser condenada a muerte en la hoguera,
acusada de brujería.
Fue
trasladada como prisionera al Fuerte de San Juan de Ulúa, en el Puerto de
Veracruz, en donde pasaría sus últimos días de vida, encerrada en una mazmorra,
esperando el día de su ejecución. Estando en su celda, y por la simpatía que
causaba entre los carceleros, logró que se le concediera, poder obtener un
trozo de carbón para poder dibujar sobre los muros. Cosa a la que no le dieron
la mayor importancia, por tratarse de algo inofensivo.
Durante
unos días, se dispuso a dibujar sobre los muros de piedra, una embarcación del
tipo de la época, siendo del estilo de un barco español. A lo que, día con día,
preguntaba al guardia de turno: “¿Qué le hace falta a mi barco?”, a lo
que siempre obtenía una respuesta para irlo mejorando.
Así
pasaron un par de días más, hasta que llegó la mañana de su ejecución. El
dibujo estaba terminado y era una auténtica obra de arte. Volvió a preguntarle
al guardia: “¿Qué le hace falta a mi barco?”. En esta ocasión, la
respuesta obtenida, de parte del carcelero, fue: “Únicamente le falta
navegar”. A lo que Soledad, le agradeció la contestación y, acto seguido,
se “subió” al barco, fusionándose con el dibujo y desapareciendo poco a
poco; navegando sobre las olas y hacia el horizonte que ella misma había
trazado, despidiéndose a lo lejos del vigilante.
Acto
seguido, el guardia no daba crédito a lo que veían sus ojos, por lo que dio la
voz de alerta, pero era demasiado tarde. Se había ido. Cuentan que esa mañana,
una gran tormenta azotó en Veracruz, por lo que la navegación estuvo cerrada
para los diferentes navíos, salvo para una embarcación que se divisaba a lo
lejos. Un barco en el que se distinguía la silueta de una mujer como única tripulante,
saludando a la distancia a los que lograban apreciarla. Jamás se le volvió a
ver.
Con
esto se termina esta leyenda, que en lo personal, me agrada, porque cuenta con
varios ingredientes que la hacen disfrutar, por cómo se puede llegar a contar.
Como bien les dije, existen versiones al respecto, en donde cambian algunos
escenarios, pero ya depende de ustedes la que deseen elegir.
“El
conocimiento habla
y la sabiduría
escucha”
(Jimi Hendrix,
1942-1970).