La donación de Pipino el Breve al Papa Esteban II.
PIPINO EL BREVE: EL INICIO DE LA DINASTÍA CAROLINGIA
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a monarquía que Clodoveo había fundado declinaba progresivamente. En aquel tiempo, los merovingios tenían la posesión de los territorios galos y germánicos, en un intento por extenderse hacia Sajonia y Baviera. El poder estaba en manos de un rey cuya autoridad apenas se dejaba sentir, recayendo la responsabilidad en la mayordomía. El reino merovingio se encontraba dividido en tres partes importantes: Austrasia, Neustria y Borgoña.
Las funciones de Estado habían pasado a manos de los mayordomos, trayendo como consecuencia una “dinastía” de mayordomos por herencia, que continuaban el trabajo de sus antecesores. Sin embargo, la fuerza que iban adquiriendo se intensificaba, al grado de que la posición de la propia realeza se puso en peligro. Quien daría inicio a la usurpación estatal fue Pipino el Breve o Pipino III, mayordomo de palacio del reino de Neustria. Su padre, pese a que había engrandecido a la familia tras salir airoso en la guerra contra los árabes, evitando su avance casi inminente, no tuvo el atrevimiento de suplantar al monarca.
Generaciones después, Pipino, por su parte, inició por designarse a sí mismo como “aquel a quien Dios ha confiado el gobierno”. Al mismo tiempo, continuó reforzando el poder de la mayordomía y combatiendo las amenazas extranjeras que intentaban penetrar en el reino. Fue entonces cuando la Iglesia entró en escena. Debido a las guerras de conquista en las que Europa se encontraba inmersa —aunado al peligro que esto suponía para el poder pontificio—, Pipino se alzaba como la vía más factible para frenar el avance de los ejércitos hostiles, obteniendo el apoyo del Papa Zacarías, quien aprobó el golpe de Estado al declarar, luego de que el conspirador mayordomo le cuestionara respecto a quién debía ostentar la calidad de soberano: “el que lo es de hecho, que lo sea de derecho”.
Al poco tiempo, Pipino decidió dar marcha a sus planes de destrono, saliendo victorioso. El rey Childerico fue depuesto y enviado a un convento, en donde le fue arrebatada la cabellera, misma que lo envolvía en un halo mágico que lo distinguía como señor y soberano. De este modo, Pipino se instituyó, así mismo, como nuevo rey.
La proclamación contempló dos fases importantes: la ovación popular y la unción con el óleo santo, por parte de Bonifacio, obispo germano, quien le concedió al nuevo soberano y a la naciente dinastía carolingia, el reconocimiento de la voluntad divina.
Años más tarde, luego de que los lombardos se hicieran con el territorio de Ravena, el Papa Esteban II solicitó la ayuda de Bizancio y de Pipino. Puesto que el primero, veía a Roma únicamente bajo una perspectiva política y jurídica —exenta de tinte divino alguno—, no le brindó el mismo apoyo que Pipino le concedió a la Iglesia, el cual la visualizaba desde un ángulo religioso y espiritual.
Como consecuencia, cuenta la historia, que el Papa ordenó, a cualquiera, la prohibición de elegir a un rey que no llevara la sangre de la naciente dinastía, bajo pena de excomunión. Fue así, como Pipino instauró los Estados Pontificios para el gobierno de la Iglesia.