"El caballo de Leonardo"; en Milán, Italia.
HÍPICA: CABALGANDO A TRAVÉS DE LA HISTORIA
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a Hípica está considerada dentro las modalidades deportivas más antiguas que se conocen. Ya en la legendaria saga Hervarar, se relata un episodio en donde el caudillo Gestumblindi pregunta al noble Heidrek: «¿Quién es la pareja que corre con diez patas, tiene tres ojos, pero sólo una cola?» A lo que éste le responde: «Es un ingenioso acertijo y creo saberlo: es Odin montando a Sleipnir».
Sleipnir (“el escurridizo”) era el mítico caballo gris de ocho patas de la deidad suprema de los nórdicos: Odin (o Wotan), quien también era conocido como “el dios tuerto”. La leyenda cuenta que incluso era más veloz que Gullfaxi, el caballo mágico del gigante Hrungnir. Una victoria del dios que tanto recordaban los nórdicos y por la cual, honraban dicho acontecimiento en las carreras de caballos.
Ya en la Antigua Grecia, se tiene registro que los caballos eran empleados para las pruebas de enganche, consistentes en demostrar la habilidad del conductor en el manejo de carruajes. Los romanos gustaban de las carreras de caballos, una modalidad muy similar que también llegaron a practicar los griegos, en la que los aurigas debían ser disciplinados para poder competir adecuadamente, disminuyendo los riesgos de morir en el espectáculo.
La mitología griega recuerda la historia de Pélope, quien enamorado de la princesa Hipodamía, aceptó el reto impuesto por el padre de ésta, el rey Enómao, de competir con él en una carrera ecuestre para obtener el derecho de desposarla. Se dice que Pélope —quien había sido enseñado por el dios Poseidón a conducir su carro tirado por hipocampos, cuando era adolescente—, enfrentó al monarca.
El mito sostiene que Enómao conducía un carro tirado por corceles obsequiados por Ares, dios de la guerra; motivo por el cual, los pretendientes anteriores de la princesa habían fracasado. Lo que el rey desconocía era que el carro de Pélope había sido regalo de Poseidón. La historia concluye con el triunfo de Pélope sobre el monarca, siendo esto —según algunas fuentes— la causa de la institución de este deporte en el mundo clásico.
Dentro de la cultura romana, es imposible no hacer mención del Circo Máximo, impresionante edificación con capacidad para más de 200 mil espectadores —y que sirvió de inspiración para la construcción de posteriores estadios—, a fin de presenciar las carreras de carros, las cuales gozaban de gran popularidad.
Si bien es cierto que, tras la caída del Estado Romano el Imperio Bizantino continuó con parte de la tradición ecuestre, no lo fue de manera significativa, toda vez que la cuestión religiosa se convirtió en un factor de gran influencia; de modo que la modalidad equina no tuvo el mismo apoyo de parte de los funcionarios, quienes le veían como una herencia pagana.
De acuerdo con la historia, fue en Bizancio en donde se dio comienzo al uso de los primeros “uniformes” para identificar a los competidores; los cuales, no sólo servían para diferenciarlos en el momento de la competencia, sino que denotaban un estatus político, militar y religioso.