"Alcibíades siendo enseñado por Sócrates" (Marcello Bacciarelli, 1777) |
SÓCRATES:
LA VIRTUD ES NUESTRO CAMINO
S
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ócrates nace en la gloriosa
Atenas alrededor del 470 a. C. A diferencia del importante reconocimiento que
hoy le guarda la humanidad, en donde su nombre no le es ajeno a nadie, la mayor
parte de su vida, por aquellos viejos tiempos, le tocó vivirla como un
ciudadano convencional a su clase social.
Y
aunque sus contemporáneos no imaginaban siquiera, que entre ellos transitaba aquel
que se convertiría en uno de los más grandes íconos del pensamiento humano, Sócrates
ya daba asomos de su agudeza intelectual.
Gracias
a su amigo Querefón, fue como dio el primer paso, para dedicarse el resto de su
vida, a resolver las interrogantes filosóficas del ser humano. La historia
cuenta, que su amigo, condujo a Sócrates al famoso Templo del dios Apolo en la
ciudad de Delfos. Y allí, en aquel lugar sagrado para todo griego, Querefón
pregunta al dios, si es que acaso existía en la tierra, hombre alguno más sabio
que su amigo Sócrates. La sorpresa fue grata, al responderle Apolo: “no
existe uno más sabio que él”.
Sócrates,
incrédulo, trataba de dar interpretación a dichas palabras; pues sin duda, en
la época existían figuras muy sobresalientes que lo superaban fácilmente, se
decía así mismo. Pero, por otro lado, él creía en el veredicto de los dioses,
pues ellos jamás podrían equivocarse. Y es así, como decide ir en busca de uno
más sabio que él, entrevistándose con célebres figuras de la sociedad. Sin
embargo, después de mucho andar, finalmente pudo entender lo que Apolo le decía. Los hombres del saber creían conocer más, cuando en verdad ignoraban muchas
cosas; al menos, él, era humilde y reconocía sus limitantes, lo que para los
dioses lo enaltecía por encima de los corazones soberbios.
Es
así, que, motivado ante tal revelación, consagra su vida a intentar dar
respuesta a las preguntas, que más inquietan al ser humano, sobre el sentido último
de nuestra existencia. Sócrates intenta dar definición a la “esencia”,
que es aquello que permanece, que es inmutable, inalterable, que nunca cambia
en la materia, y que la identifica como tal. Pues, contrariamente a lo que
la mayoría de las personas afirmaban, de que únicamente por sus cargos y funciones
dentro de la sociedad, era por lo que alcanzaban dignidad, Sócrates pensaba que
el hombre es “hombre”, porque tiene calidad humana: su esencia.
Si
en este momento, a tres personas le dijéramos la palabra “casa”, cada una de
ellas la imaginaría de forma distinta. Una, quizá más oscura; otra de tamaño
grande o pequeña; o con cierto número de habitaciones, etcétera. Pero al final,
su fin máximo para lo que fue construida, es para dar refugio y resguardo a una
familia y a las personas. Por lo que, para comprender la esencia de las cosas
(y en especial, la humana), debemos dejar a un lado nuestros sentidos engañosos
(vista, olfato, oído, tacto y gusto) con los que cotidianamente vivimos, y
hacer uso de la “razón”, para descubrir el por qué de todo cuanto nos rodea.
Sócrates
creía que el alma humana era inmortal, al grado de que anteriormente ya habíamos
transitado en este mundo, así como en un futuro seguiremos haciéndolo. Sintió
confirmada su idea, puesto que, en cierto momento de su historia, trajo consigo
a un esclavo y le hizo distintas preguntas sobre figuras geométricas, mientras
en la arena, le hacía dibujos para darse a entender; y se narra, que, para su
sorpresa, aquel esclavo respondió acertadamente, pese a que los individuos de
aquella posición social carecían del derecho a la enseñanza.
Ante
este descubrimiento, de acuerdo con Sócrates, entonces el objetivo de la vida
era buscar el perfeccionamiento de los hombres, a través de los distintos
renacimientos. Es decir, la vida buscaba perfeccionar el alma, hacerla buena. Y
para alcanzar la cima, era necesaria en nuestro viaje por este mundo, la Filosofía:
la disciplina dedicada a las cuestiones del alma humana. Por eso, decía
Sócrates, que cuando un individuo padece una dolencia o enfermedad acude al
médico, el experto en sanar el cuerpo; pero tratándose de las cuestiones del alma,
las personas deberían recurrir con el filósofo, para pretender dignificarla.
En
pocas palabras, para él, la virtud es lo que le permite al hombre ser feliz. Y
si nuestra existencia siempre estará presente en este Universo, con vidas
futuras, entonces la muerte del hombre bueno no le implica castigo alguno, sino
felicidad en la siguiente a través de la virtud, y así para siempre.
“Esta
es la razón, jueces míos, para que nunca pierdan las esperanzas aún después de
la tumba, fundados en esta verdad: no hay ningún mal para el hombre de bien, ni
durante su vida, ni después de su muerte.”
(Sócrates, en “Apología” de Platón).
Por
lo que, si la muerte implica un bien y nunca un mal, es lo mejor que le puede
ocurrir al ser humano.
“El conocimiento habla
y la sabiduría escucha”
(Jimi Hendrix, 1942-1970).