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ctualmente, la música es un fenómeno
omnipresente, principalmente, entre los más jóvenes. Y gracias a las
comodidades que nuestros tiempos nos brindan, ésta se ha convertido en algo
ordinario, prolífero y diverso. Y por desgracia, esto ha repercutido para que,
sólo un reducido número de gente se detenga a tomar consciencia sobre lo que es
ella realmente; es decir, interesarse por comprenderla.
Definir
el concepto “música” resultaría impreciso, puesto que nos encontramos ante
una de las más excelsas expresiones del ser humano. Su esencia radica en el
equilibrio del silencio y el sonido. Y es que,
contrariamente a lo que comúnmente se podría pensar, la música no es, como se ha
dicho, sonoridad pura; requiere de técnica, de talento: la música es arte. Es
allí en donde entra en juego la agudeza del genio musical.
En
este rubro es posible identificar dos clasificaciones principales. La música
instrumental es aquella que existe —como por su mismo nombre se intuye—,
por el protagonismo y sonoridad de los diferentes instrumentos musicales. De
este modo, la interpretación de una orquesta sinfónica, de una banda o un
conjunto de cámara, son algunos de sus ejemplos. La música vocal,
por su parte, es aquella en donde el protagonismo recae en la voz del ser
humano; quedando a su consideración, el empleo o no de instrumentos musicales
auxiliares para el acompañamiento.
Por
otro lado, para el correcto estudio de la música, se ha dado, además, una
separación importante en razón de su finalidad; diferenciándose aquella que es meramente
“utilitaria” de la “clásica”, propiamente dicho. Dentro
de la primera categoría, encontramos la música que de ordinario escuchamos en muchos
lados: de entretenimiento, la religiosa, la de identificación social (himnos
nacionales o de grupos civiles) y la comercial; entre otras. Por su parte, en
la segunda clase, encontramos una música libre de intenciones u objetivos, cuya
única finalidad —si es que se le puede llamar así— es la de trascender y crear
belleza.
Para
que una obra pueda ser considerada como tal, se requiere de la mano del creador:
del artista; en este caso, de los maestros de la música. A su vez, la pieza
contará con una debida organización; misma que deberá producir en el interior
del receptor, auténtica emoción.
Ahora
bien, el nivel de agrado y sensibilidad que el hombre tenga para con la música,
dependerá de la disciplina, del ejercicio auditivo y, principalmente, del conocimiento.
Esto último es lógico de suponer, pues una pieza no podrá ser apreciada en su
totalidad si se desconocen aspectos esenciales sobre su naturaleza, o
inclusive, las causas que llegaron a motivar su creación. Desafortunadamente,
muchas veces también influyen factores como lo son: el contexto social,
político e histórico; ya que, por tratarse de una obra que puede encontrarse apegada
a la idiosincrasia de un determinado grupo social, o corriente ideológica, puede
provocar en el individuo, desinterés o, en el mejor de los casos, empatía.
De
cualquier modo, como se hizo mención al inicio de este artículo, la música es
un fenómeno humano, que por tratarse de una de sus más sublimes manifestaciones
del arte y del espíritu, nos interpreta con sus acordes, la melodía de nuestra
vida.
“El
conocimiento habla
y
la sabiduría escucha”
(Jimi Hendrix, 1942-1970).