miércoles, 25 de marzo de 2020

EL REY DESNUDO: "El problema es cuando un individuo aprovecha su posición para difundir una idea, a fin de que sea aceptada, aunque no exista fundamento o razón. Al fin, un niño alzó la voz y gritó. Otro más le secundó, y así uno tras otro, hasta que fue imposible que los adultos no murmuraran".



EL REY DESNUDO: EL TRAJE NUEVO DEL EMPERADOR

“La mentira puede tener muchos vestidos,
pero la verdad prefiere ir desnuda”
(Thomas Fuller)

E
l escritor danés Hans Christian Andersen es el autor de: “El traje nuevo del emperador”. La esencia de su obra, a 183 años de haberse publicado, continúa tan vigente. Historia inspirada de aquel mal que ha aquejado desde siempre a la humanidad: la consciencia colectiva, como Émile Durkheim le llamara. Pero siendo exactos, cuando este concepto se ve desvirtuado.

Es bueno que cada pueblo tenga sus propias creencias y que defienda determinado sistema para regir su destino. El problema es cuando un individuo o autoridad (familiar, religioso o gubernamental) aprovecha su posición para difundir una idea, a fin de que sea aceptada. Y dado su estatus social y lo que él representa, ésta se convierte en algo oficial y realmente aprobada por todos, aunque no exista fundamento o razón. En ocasiones, el miedo (castigo o “el qué dirán”) es el método empleado.

En palabras de Durkheim: “Si no me someto a las convenciones de la sociedad. Si con mi vestimenta no cumplo con las costumbres de mi país y mi clase. El ridículo que provoco, el aislamiento social en el que me mantengo produce, aunque en forma atenuada, los mismos efectos que el castigo”.

La consciencia colectiva es producto de las creencias y sentimientos que una sociedad comparte; lo cual termina por afianzarla, unificarla y dándole vida auténtica a un sistema, cuya piedra angular es un dogma. En otras palabras, es consecuencia del poder de la mente, susceptible a la manipulación.

Andersen en su historia, cuenta que en un reino hubo una vez un emperador, cuya fama era por todo el pueblo conocida porque siempre gustaba de vestir impecable y elegante. Todo iba normal en aquel pacífico reino, hasta que cierto día llegaron a la capital dos hombres, quienes, enterados del fanatismo del monarca por la moda, acudieron a la corte para reunirse con él. Una vez ante su presencia, dijeron ser tejedores y le ofrecieron sus servicios exclusivos.

Cuando el emperador les pidió que ahondaran sobre el porqué de la exclusividad de su oficio, ellos le dijeron ser capaces de confeccionar un traje único, hecho a base de una tela de una belleza excepcional y para nada convencional. Pues ésta tenía la propiedad de que sólo aquellas personas competentes y dignas para la labor que desempeñaban eran capaces de verla, mientras que no podían hacerlo aquellas que fueran todo lo contrario.

Al emperador le pareció un proyecto interesante y aceptó la oferta de los dos hombres, pues como todo hombre de Estado —con muchos posibles enemigos—, deseaba saber quiénes de sus allegados eran incompetentes.

Los días siguientes, la gente que pasaba caminando por la calle en la que los hombres se habían instalado, veían cómo se apresuraban, haciendo movimientos semejantes a cuando se está trabajando con una tela. Pero nadie veía nada. Lo que no sabían es que se trataba de dos estafadores.

Pronto, el emperador, impaciente, mandó a uno de sus ministros a supervisar el avance. Cuando éste llegó, los estafadores —luego de aplaudir y halagar su ‘obra maestra’—, le preguntaron qué tal le parecía. El ministro que no sabía qué decir (pues no veía nada), sólo se limitó a consentir lo que ellos dijeron, pues tenía miedo a que si decía no poder verlo, el emperador le castigaría por considerarlo inepto. A su vez, dudaba de sí mismo, preguntándose qué era lo que estaba haciendo mal para no ser capaz de ver el traje. Por lo que se dispuso a memorizar los detalles que le daban los bribones para informárselo al emperador, quien quedó complacido.

Finalmente, el traje ‘estuvo listo’ y los embaucadores lo llevaron al monarca. Desde luego, nadie veía nada, pero ninguno se atrevió a expresarlo. El emperador también guardó silencio por miedo a que el pueblo lo creyera indigno.


Como estaba próximo un desfile, el emperador decidió lucirlo públicamente. Todo mundo sólo veía una cosa: que iba desnudo; pero por miedo, nadie se atrevió a decirlo. Al fin, un niño alzó la voz y gritó que el emperador iba desnudo. Su padre intentó callarle, pero no pudo. Otro niño le secundó, y así uno tras otro, hasta que fue imposible que los adultos no murmuraran. El emperador que se había negado a aceptarlo, al fin lo creyó, gracias a la voz de los inocentes. No había remedio, por lo que se limitó a terminar el desfile.

“La voz de un niño, por sincera que sea, apenas tiene valor para los que han olvidado escuchar” (Albus Dumbledore, “Harry Potter y el prisionero de Azkaban”).


“El conocimiento habla
Y la sabiduría escucha”
(Jimi Hendrix, 1942-1970).