ONOMÁSTICA: LA CIENCIA DE LOS NOMBRES
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nte la necesidad de ser identificados
unos de otros, la importancia de tener un nombre resulta más que significativo
para referirnos a los demás o a nosotros mismos. Sabemos que los nombres que
nos han otorgado nuestros padres y avalados por las instancias gubernamentales
o religiosas, nos acompañarán por el resto de nuestra vida.
Pueda
ser que tengamos un nombre sencillo o compuesto; tal vez compartamos el de
alguno de nuestros progenitores o de algún familiar muy querido. Lo cierto es
que la Onomástica es la
ciencia que trata la catalogación de los nombres propios.
El
adjetivo Onomástico proviene del
griego: “onomazo” (establecer nombre) y el sufijo “ico” (relativo o referente a). Se
utiliza para hacer referencia a la celebración del Santo en honor al apelativo
que tenga la persona. No hay que confundir Onomástico
con Cumpleaños, ya que el “cumpleaños” es el aniversario de
nacimiento, pudiendo coincidir o no con el “día
de su santo”.
Aclarado
el punto anterior, la diferencia entre el adjetivo Onomástico con la Onomástica,
radica en que la segunda es una rama de la Lexicografía,
la cual no sólo estudia los nombres de la gente, sino también de los seres
vivos y lugares.
A
su vez, la Onomástica se divide en: Antroponimia, Toponimia y Bionimia. La Antroponimia
se encarga del trato de los nombres de las personas; la Toponimia trata el nombre
de lugares, la cual se divide en Oronimia
(cordilleras y montañas), Hidronimia
(arroyos, ríos, lagos, etc.) y la Odonimia
(calles, carreteras, autopistas); y por último la Bionimia, la cual se encarga de los nombres de plantas y animales, misma
que se divide en Fitonimia y Zoonimia, respectivamente.
Apoyada
en investigaciones, la Onomástica provee de la información referente a los
nombres, desde su origen y su significado. En la antigüedad, los romanos
establecieron la fórmula tria nomina
(los tres nombres), la cual estaba conformada por el Praenomen (nombre de pila), Nomen (linaje familiar) y Cognomen (mote o apodo), esto para establecer beneficios
sociales y jurídicos.
Conforme
se dio el aumento de la población y, en consecuencia, el aumento de nombres, la
fórmula romana cambió a una forma más reducida que consistía de un nomen gentilicium (nombre de la
familia) y un cognomen (nombre
individual). El patrón romano sirvió para la creación de nuevos nombres de
familia a raíz del nombre del progenitor, añadiéndoseles el sufijo “ius”.
Este método (pero con sufijos variados) también se dio en otras lenguas del
mundo, como el griego y el latín.
El
significado de los sufijos representa, más que nada, el origen de “proceder,
o procedente de” o “perteneciente a”, todo en base al patronímico
(nombre del padre) o a la familia (heredado u obtenido).
De
ahí la gran importancia de la Onomástica dentro de la historia, que más que
analizar nombres, apoya a la elección adecuada del que se desee escoger para
los futuros ciudadanos y ciudadanas de este mundo.
“El
conocimiento habla
Y la sabiduría
escucha”
(Jimi Hendrix, 1942-1970).