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a imagen del héroe ha sido —y continúa
aún siéndolo—, una de la más respetadas y queridas por la gente, despertando
una grata fascinación por tratarse de un individuo provisto de habilidades especiales;
las cuales, suele destinar para la estabilidad y el bien de la comunidad. Cada
cultura ha tenido el suyo, cuya personalidad suele representar la plenitud de
las virtudes del pueblo que lo engendra.
Hércules
—o “Heracles”— es el modelo del ser, que, en reconocimiento a sus
proezas y hazañas es elevado a la dignidad divina. Las figuras heroicas suelen
venir acompañadas de un pasado extraordinario. Por lo general, estos personajes
no son “seres humanos” convencionales. Transitan por la Tierra al igual
que la mayoría; son, incluso, susceptibles a la muerte. Pero curiosamente, se
hallan investidos de la protección de los dioses, en donde muchas de las veces,
dicha naturaleza corre también por sus venas, dotándolos de destrezas
sobrehumanas.
Un
caso similar lo encontramos en la herencia del antiguo Irán, con el legendario héroe
“Rustem” (o “Rostam”); cuyas aventuras fueron
plasmadas en la monumental obra del poeta persa Firdusi, conocida como: “El
Libro de los Reyes” (El “Shah-Namé”). Rustem era el ideal del
pueblo persa, acompañado siempre por su fiel corcel “Rakhsh”, un
animal relevante en la antigüedad.
Una
antigua historia oriental narra, cómo un día Dios le dijo al viento que de él
crearía una criatura que honraría a sus allegados, humillaría a sus enemigos y
sería la defensa de sus atacantes. Entonces Dios, moldeó un ser y lo llamó caballo,
diciéndole que la gloria sería hallada en donde él estuviera, haciéndolo distinguido
frente a los demás animales, permitiéndole volar sin alas. Y así, Dios lo
bendijo.
Desde
su nacimiento, la historia de Rustem estuvo rodeada de acontecimientos
asombrosos, para más adelante, relatarse sus aventuras de lucha en pro de la
salvaguarda de Persia.
Rustem
es recordado por la dura prueba conocida como “las siete labores”,
en donde, al igual que “los doce trabajos” (de Hércules), el personaje
deberá superar los obstáculos representados por feroces criaturas, para
finalmente vencer al poderoso “Demonio Blanco” de Mazandaran,
experto en artes oscuras.
La
Historia nos cuenta que Firdusi nació en un poblado cercano a la frontera de Turquestán.
Gracias al interés de su padre por hacerle de una buena instrucción, el joven
tuvo la oportunidad de dominar varias lenguas, lo cual le permitiría con el
tiempo, indagar en diversos textos históricos, recogiendo así ricas enseñanzas.
El
rey Mahmud, admirado por el genio literario de Firdusi, le hace comparecer para
solicitarle un trabajo increíble: un poema épico-histórico que narrara el
protagonismo de los antiguos monarcas nacionales. Firdusi acepta, y se dispone entonces,
a recopilar información para dar inicio a tan osado encargo. El “Libro de
los Reyes” es equiparado a la “Ilíada” y a la “Odisea” de
Homero; sólo que, a diferencia de éstas, la obra de Firdusi inicia desde los orígenes de la historia de Persia, lo que la vuelve muy extensa.
Es
de resaltar la importancia concedida a Alejandro Magno en el texto, igualmente,
otra personalidad elevada a la categoría de héroe. La obra narra, pues, los
episodios triunfales de “Al-Iskander” (Alejandro) —el guerrero
más recordado en Oriente—, sus grandes conquistas militares y la devoción con
el que guardaba las enseñanzas de su maestro “Aristatalis” (Aristóteles).
No
menos importante, es lo que el texto nos revela sobre la armonía que, en algún
momento llegó a reinar en el Imperio, entre los cristianos, zoroastristas y
musulmanes.
Firdusi
culmina su obra literaria con la conquista de Persia por parte de los árabes,
siendo Jezdegird III el último soberano de la dinastía Sasánida;
acontecimiento que abrió paso a una nueva etapa histórica de la vida del
antiguo Irán.
Esta
magna creación literaria destaca en todo momento un profundo sentimiento de
amor nacional, que la ha inmortalizado como símbolo del orgullo de Irán. De
acuerdo con Tania Zapata Ortega, hay eruditos que sostienen, que Persia debe a
Firdusi un servicio similar al que Italia debe a Dante Alighieri.
“Que
sea la luz de los persas. Yo dejo este gran poema. Será mi gloria, yo no
moriré. Mi nombre será inmortal. Enseñé cómo escribir bien. Los sabios
bendecirán mi nombre cuando yo ya no exista más”. (Firdusi).
“El
conocimiento habla
Y
la sabiduría escucha”
(Jimi
Hendrix, 1942-1970).