QUETZALCÓATL: LA
SERPIENTE QUETZAL
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i existe un dios que fue muy querido y
venerado en la antigüedad mesoamericana, esa fue la “Serpiente Emplumada”:
Quetzalcóatl. Recordado como la entidad benevolente y protectora de los
hombres, preocupado por la enseñanza de su pueblo, y a quien los ancestros le
debían las gracias por el maíz, la fuente principal de su alimento.
Su
nombre está compuesto de dos vocablos en náhuatl. Quetzal, aparte
de hacer referencia al ave del mismo nombre, significa belleza y denota una naturaleza
femenina. Cóatl, cuyo significado es serpiente, alude a una
naturaleza masculina, siendo incluso visto —por algunos estudiosos—, como símbolo
del miembro sexual masculino.
Esta
naturaleza dual no estaba en conflicto y tenía una razón de ser: Quetzalcóatl
era padre y madre a la vez, era el Creador. Él era la unidad de todo cuanto
existía, la manifestación suprema de la armonía universal. Por ello era llamado
también: “el gemelo hermoso”, “el dos veces bello”.
Él
era el sembrador y agricultor divino, quien con su palo o coa (símbolo
masculino), perforaba la tierra (símbolo femenino) para sembrar las semillas de
la vida humana.
En
uno de los mitos de la creación, es él quien, pese al desánimo general de los
dioses por continuar el proyecto de dar vida a la humanidad, insiste en
terminarlo aun a costa de su sacrificio. Se verá en la necesidad de bajar al
inframundo para ir en busca de los huesos sagrados, incluso ante la
peligrosidad que esto representa. Con su objetivo cumplido, retorna con los
dioses para terminar la misión, bañando los huesos con su propia sangre, moldeando
a la raza humana y, acto seguido, erigiéndose como su guardián.
Los
toltecas creían firmemente que Quetzalcóatl había impreso en la materia un
carácter evolutivo. De allí, que cobraba sentido el dinamismo siempre presente
en la naturaleza. Nada permanecía estático, todo estaba sujeto al cambio y a la
transformación; y, sobre todo, el hombre mismo.
Ser
tolteca, más que una etnia, significaba alcanzar un grado de conocimiento de
los hombres sabios, en opinión del escritor Guillermo Marín. Ser un auténtico
tolteca era sinónimo de sabiduría. Un individuo que buscaba y cumplía el
mandato de Quetzalcóatl, quien —como divinidad civilizadora—, encomendó a los
monarcas y sacerdotes el cuidado de sus hijos, su pueblo.
Teotihuacán era “la
ciudad de los dioses”, un centro sagrado que, en opinión de Laurette
Séjourné en el libro: “Pensamiento y Religión en el México Antiguo”, el
término evocaba la transformación del hombre a un ser divino. Una metáfora que
Quetzalcóatl representaba, en la que la serpiente que antiguamente vivía en la
tierra, aprendía milagrosamente a volar. Así, el ser humano debía transformarse
a imagen de la Serpiente Emplumada. Volar, gracias al
espíritu, para alcanzar la virtud, llevando siempre a dios en su corazón.
Por
su parte, Guillermo Marín en: “Historia verdadera del México Profundo”,
expresa: “Si (en el Viejo Mundo) tuvieron el Tao, el Hinduismo y el Budismo,
nosotros tenemos la Toltecáyotl (el Pensamiento Filosófico del México Antiguo).
Si otras civilizaciones tuvieron a Zoroastro, Hermes, Buda; nosotros tenemos a
Quetzalcóatl”.
“El
conocimiento habla
Y
la sabiduría escucha”
(Jimi
Hendrix, 1942-1970).