domingo, 29 de marzo de 2020

QUETZALCÓATL: "Su naturaleza dual no estaba en conflicto y tenía una razón de ser. Era padre y madre a la vez, era el Creador. Él era la unidad de todo cuanto existía, la manifestación suprema de la armonía universal. Por ello le llamaban también: 'el gemelo hermoso', 'el dos veces bello'".



QUETZALCÓATL: LA SERPIENTE QUETZAL

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i existe un dios que fue muy querido y venerado en la antigüedad mesoamericana, esa fue la “Serpiente Emplumada”: Quetzalcóatl. Recordado como la entidad benevolente y protectora de los hombres, preocupado por la enseñanza de su pueblo, y a quien los ancestros le debían las gracias por el maíz, la fuente principal de su alimento.

Su nombre está compuesto de dos vocablos en náhuatl. Quetzal, aparte de hacer referencia al ave del mismo nombre, significa belleza y denota una naturaleza femenina. Cóatl, cuyo significado es serpiente, alude a una naturaleza masculina, siendo incluso visto —por algunos estudiosos—, como símbolo del miembro sexual masculino.

Esta naturaleza dual no estaba en conflicto y tenía una razón de ser: Quetzalcóatl era padre y madre a la vez, era el Creador. Él era la unidad de todo cuanto existía, la manifestación suprema de la armonía universal. Por ello era llamado también: “el gemelo hermoso”, “el dos veces bello”.

Él era el sembrador y agricultor divino, quien con su palo o coa (símbolo masculino), perforaba la tierra (símbolo femenino) para sembrar las semillas de la vida humana.

En uno de los mitos de la creación, es él quien, pese al desánimo general de los dioses por continuar el proyecto de dar vida a la humanidad, insiste en terminarlo aun a costa de su sacrificio. Se verá en la necesidad de bajar al inframundo para ir en busca de los huesos sagrados, incluso ante la peligrosidad que esto representa. Con su objetivo cumplido, retorna con los dioses para terminar la misión, bañando los huesos con su propia sangre, moldeando a la raza humana y, acto seguido, erigiéndose como su guardián.

Los toltecas creían firmemente que Quetzalcóatl había impreso en la materia un carácter evolutivo. De allí, que cobraba sentido el dinamismo siempre presente en la naturaleza. Nada permanecía estático, todo estaba sujeto al cambio y a la transformación; y, sobre todo, el hombre mismo.

Ser tolteca, más que una etnia, significaba alcanzar un grado de conocimiento de los hombres sabios, en opinión del escritor Guillermo Marín. Ser un auténtico tolteca era sinónimo de sabiduría. Un individuo que buscaba y cumplía el mandato de Quetzalcóatl, quien —como divinidad civilizadora—, encomendó a los monarcas y sacerdotes el cuidado de sus hijos, su pueblo.

Teotihuacán era “la ciudad de los dioses”, un centro sagrado que, en opinión de Laurette Séjourné en el libro: “Pensamiento y Religión en el México Antiguo”, el término evocaba la transformación del hombre a un ser divino. Una metáfora que Quetzalcóatl representaba, en la que la serpiente que antiguamente vivía en la tierra, aprendía milagrosamente a volar. Así, el ser humano debía transformarse a imagen de la Serpiente Emplumada. Volar, gracias al espíritu, para alcanzar la virtud, llevando siempre a dios en su corazón.

Por su parte, Guillermo Marín en: “Historia verdadera del México Profundo”, expresa: “Si (en el Viejo Mundo) tuvieron el Tao, el Hinduismo y el Budismo, nosotros tenemos la Toltecáyotl (el Pensamiento Filosófico del México Antiguo). Si otras civilizaciones tuvieron a Zoroastro, Hermes, Buda; nosotros tenemos a Quetzalcóatl”.


“El conocimiento habla
Y la sabiduría escucha”
(Jimi Hendrix, 1942-1970).