LEYENDA AZTECA: LA CREACIÓN DEL SOL Y LA LUNA
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as leyendas siempre han formado parte
de las culturas de todo el mundo y, la Azteca, no es la excepción. Dentro de la
riqueza de las narrativas mexicanas antiguas, existe la de la creación de estos
dos cuerpos celestes, los cuales siempre han sido motivo de fascinación y culto
por las diferentes civilizaciones.
Fray
Bernardino de Sahagún, uno de los personajes más importantes dentro de la
relación de la religión católica del Viejo Mundo y el pueblo azteca, en lo que
fuera la evangelización de la Nueva España —autor de varias obras en náhuatl y
castellano—, fue el encargado de transmitir esta bella leyenda contada de viva
voz por los indígenas de la época.
Se
dice que cuando todo era oscuridad, en Teotihuacán se reunieron los dioses para
dar una solución e iluminar al mundo; por lo que entre ellos se tomó la
determinación de que, voluntariamente, dos de los dioses serían considerados
como candidatos para tan noble tarea.
Inmediatamente,
Tecciztécatl, un dios rico, hermoso y
presuntuoso, se ofreció a hacerlo. Era necesario un segundo dios para cumplir
con el cometido, pero nadie más surgió; a lo que hubo necesidad de designar a
alguien más: Nanahuatzin fue el
elegido. A diferencia de su contraparte, Nanahuatzin
era todo lo contrario: pobre, feo y sencillo, además de tener una enfermedad
grave en la piel. De buena gana aceptó el compromiso.
Acto
seguido, los preparativos para la ceremonia dieron inicio. Los otros dioses
encendieron la “hoguera divina” y los
dos candidatos se retiraron por cuatro días a la parte más alta de una
pirámide, la cual les fue asignada, para meditar y estar a los requerimientos
del rito, ofrendando según sus posibilidades, uno con abundancia y el otro
miserablemente.
Pasado
el tiempo de preparación, los dos dioses se dirigieron con los demás, los
cuales formaron un pasillo a cada lado de la “hoguera divina” por donde tenían que tomar carrera y lanzarse a
las llamas abrasadoras.
El
primero en intentarlo fue Tecciztécatl,
quien después de cuatro intentos, no pudo lograrlo. Nanahuatzin, por el contrario, tomó distancia, corrió y se lanzó a
la hoguera en el primer intento, demostrando con su valor ganar la prueba. Tecciztécatl, al verse humillado y
avergonzado, emuló lo que había hecho su rival saltando al fuego.
Después
de semejante sacrificio, los dioses esperaron y se preguntaban en qué dirección
saldría el sol, hasta que los primeros rayos empezaron a mostrarse. Se dice que
Quetzalcóatl, Xipe Tótec y las cuatrocientas
serpientes de nubes predijeron la llegada por el Este.
Vieron
a Nanahuatzin convertido en un sol
radiante, a la vez que, Tecciztécatl,
transformado en la luna, en el mismo orden en que entraron en la hoguera, brillando
casi de la misma forma; por lo que estuvieron de acuerdo en que no podrían
existir dos “soles”, a lo que uno de
ellos lanzó un conejo hacia la luna, la cual perdió su brillantez.
Pero
existía un problema: ni el sol ni la luna tenían la fuerza para moverse. Los
dioses tomaron la iniciativa de ofrendar su vida al sol para fortalecerlo, a lo
que Ehécatl, dios del viento, fue el
encargado de sacrificarlos uno a uno. Aun así no fue suficiente para moverlo,
por lo que Ehécatl, sopló con fuerza
y lo hizo entrar en movimiento, separando al sol de la luna en caminos
diferentes.
Para
el pueblo azteca, el tiempo y el sol eran cíclicos, por lo que esta leyenda, se
dice, fue el nacimiento del quinto sol. Así pues, desde entonces, es que hay
día y noche en la Tierra.
“El
conocimiento habla
Y la sabiduría
escucha”
(Jimi Hendrix, 1942-1970).