jueves, 26 de marzo de 2020

SOL Y LUNA AZTECA: "Se dice que cuando todo era oscuridad, en Teotihuacán se reunieron los dioses para dar una solución e iluminar al mundo; por lo que entre ellos se tomó la determinación de que, voluntariamente, dos de los dioses serían considerados como candidatos para tan noble tarea".



LEYENDA AZTECA: LA CREACIÓN DEL SOL Y LA LUNA

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as leyendas siempre han formado parte de las culturas de todo el mundo y, la Azteca, no es la excepción. Dentro de la riqueza de las narrativas mexicanas antiguas, existe la de la creación de estos dos cuerpos celestes, los cuales siempre han sido motivo de fascinación y culto por las diferentes civilizaciones.

Fray Bernardino de Sahagún, uno de los personajes más importantes dentro de la relación de la religión católica del Viejo Mundo y el pueblo azteca, en lo que fuera la evangelización de la Nueva España —autor de varias obras en náhuatl y castellano—, fue el encargado de transmitir esta bella leyenda contada de viva voz por los indígenas de la época.

Se dice que cuando todo era oscuridad, en Teotihuacán se reunieron los dioses para dar una solución e iluminar al mundo; por lo que entre ellos se tomó la determinación de que, voluntariamente, dos de los dioses serían considerados como candidatos para tan noble tarea.

Inmediatamente, Tecciztécatl, un dios rico, hermoso y presuntuoso, se ofreció a hacerlo. Era necesario un segundo dios para cumplir con el cometido, pero nadie más surgió; a lo que hubo necesidad de designar a alguien más: Nanahuatzin fue el elegido. A diferencia de su contraparte, Nanahuatzin era todo lo contrario: pobre, feo y sencillo, además de tener una enfermedad grave en la piel. De buena gana aceptó el compromiso.

Acto seguido, los preparativos para la ceremonia dieron inicio. Los otros dioses encendieron la “hoguera divina” y los dos candidatos se retiraron por cuatro días a la parte más alta de una pirámide, la cual les fue asignada, para meditar y estar a los requerimientos del rito, ofrendando según sus posibilidades, uno con abundancia y el otro miserablemente.

Pasado el tiempo de preparación, los dos dioses se dirigieron con los demás, los cuales formaron un pasillo a cada lado de la “hoguera divina” por donde tenían que tomar carrera y lanzarse a las llamas abrasadoras.

El primero en intentarlo fue Tecciztécatl, quien después de cuatro intentos, no pudo lograrlo. Nanahuatzin, por el contrario, tomó distancia, corrió y se lanzó a la hoguera en el primer intento, demostrando con su valor ganar la prueba. Tecciztécatl, al verse humillado y avergonzado, emuló lo que había hecho su rival saltando al fuego.

Después de semejante sacrificio, los dioses esperaron y se preguntaban en qué dirección saldría el sol, hasta que los primeros rayos empezaron a mostrarse. Se dice que Quetzalcóatl, Xipe Tótec y las cuatrocientas serpientes de nubes predijeron la llegada por el Este.

Vieron a Nanahuatzin convertido en un sol radiante, a la vez que, Tecciztécatl, transformado en la luna, en el mismo orden en que entraron en la hoguera, brillando casi de la misma forma; por lo que estuvieron de acuerdo en que no podrían existir dos “soles”, a lo que uno de ellos lanzó un conejo hacia la luna, la cual perdió su brillantez.

Pero existía un problema: ni el sol ni la luna tenían la fuerza para moverse. Los dioses tomaron la iniciativa de ofrendar su vida al sol para fortalecerlo, a lo que Ehécatl, dios del viento, fue el encargado de sacrificarlos uno a uno. Aun así no fue suficiente para moverlo, por lo que Ehécatl, sopló con fuerza y lo hizo entrar en movimiento, separando al sol de la luna en caminos diferentes.

Para el pueblo azteca, el tiempo y el sol eran cíclicos, por lo que esta leyenda, se dice, fue el nacimiento del quinto sol. Así pues, desde entonces, es que hay día y noche en la Tierra.


“El conocimiento habla
Y la sabiduría escucha”
(Jimi Hendrix, 1942-1970).