AUGUSTO: EL
FORJADOR DE UN IMPERIO
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diferencia de muchos soberanos de la Historia,
Augusto concebía a la organización y al orden de un Estado, como una primicia
muy por encima de las hazañas bélicas; siendo defensor de la idea del orgullo
del buen gobierno. Lo primordial no era la conquista de un
Imperio, sino la sabiduría y la virtud de su conducción.
Durante
su gobierno se empeñó en armonizar la tradición con la fidelidad y los nuevos
compromisos del Imperio; procurando conservar las viejas instituciones,
rejuveneciéndolas en sus principales funciones, y pretendiendo la convivencia
de la Monarquía con la República. Sería, pues, su
especial enfoque a la Administración Pública lo que daría firmeza
al Imperio durante cinco siglos.
Toda
vez que la República seguía en pie, el Senado fue mantenido por Augusto, al
igual que la Aristocracia, por consiguiente. Ya que no podía disolverla, optó
por incluirla dentro del papel político, otorgándole funciones de índole
administrativa con cargos importantes; de tal manera, que estos se sintieran
halagados y, al mismo tiempo, el Estado tendría funcionarios de primer nivel,
que se mantendrían fieles a la figura del Emperador.
El
nuevo Senado estaría conformado por personajes seleccionados por votaciones,
pero influenciadas por la empatía del soberano. Una característica adicional es
la otorgación de valor de ley al senadoconsulto, que consistía en
una opinión emitida por los senadores. El senadoconsulto pasó a la
Historia como una fuente de Derecho; es decir, fue una figura que contribuyó a
la creación de leyes de la época imperial.
Aunque
el Emperador siempre prestó especial solicitud al Senado, nunca se arriesgó a
discutir con él sin estar preparado; para ello formó un comité senatorial particular,
que tiempo después sería conocido como Consilium Principis, que
significa: “Consejo del Príncipe”.
Debido
a la presencia de importantes cargos dentro del Senado, éste conservó su
dignidad. Así, podían encontrarse: cónsules, ediles, tribunos, pretores,
cuestores y gobernadores de las distintas regiones del Imperio.
Como
acto seguido, dada la rivalidad existente desde hacía tiempo entre el Senado y
la Orden Ecuestre (los équites), una antigua clase social,
Augusto se dispuso a otorgarles funciones específicas a aquellos caballeros más
allegados a su persona: el mando de la guarnición de Roma (Praefectus
Praetorio), la fuerza policíaca militar y civil (Praefectus Vigilum),
el racionamiento de alimentos (Praefectus Annonae) y el gobierno de
Egipto (Praefectus Aegypti).
Para
pertenecer a la Orden Ecuestre era necesario contar con el servicio
militar efectivo, no importando su extracción social; puesto que además de las
funciones antes mencionadas, el Emperador les asignó el cuidado de las riquezas,
tanto personales como estatales.
Las
asambleas populares se vieron mermadas a causa del nuevo sistema implantado, el
cual concedía mayor importancia a la participación de la plebe.
La
finalidad, en general, era la centralización del poder político en la persona
del Emperador, surgiendo —progresivamente—, la figura del paternalismo estatal.
Sin embargo, para aquel presente, el resultado fue el esperado, puesto que
Augusto estaba logrando la omnipresencia, el equilibrio y la vigorosidad en las
diferentes ramas del Estado Romano.
“El
conocimiento habla
y
la sabiduría escucha”
(Jimi
Hendrix, 1942-1970).