CREATIVIDAD: UNA
HABILIDAD DE POCOS
E
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n el transcurso de nuestra vida, es de
ley que nos encontremos en circunstancias que nos ponen a prueba y que nos
exigen una solución. A veces de forma práctica e inmediata; en otras, de forma
minuciosa y con tiempo suficiente para ejecutarla. En cualquiera de los casos,
una cosa es esencial: la creatividad.
Está
comprobado que no todos tenemos la facilidad para hacer frente a problemáticas
que requieren de una resolución versátil, y que, a la vez, suelan ser
referencia hacia los demás; debido a que, en ocasiones, nuestra personalidad
llega a influir en el modo en que actuamos y tomamos decisiones, repercutiendo
en el resultado. ¿Qué hacer cuando no se nos ocurre nada?
Durante
muchos años, se llegó a creer que la creatividad era un don, pero no es más que
una habilidad que puede ser ejercitada, a tal grado de potenciar
su desarrollo. Existen mecanismos que pueden estimular o inhibir la creatividad,
según sea el caso, como han arrojado las investigaciones de científicos
especializados en la conducta humana, como Edward de Bono, Sidney Parnes y Dean
C. Down.
La
creatividad y la lógica llegan a discrepar en ocasiones entre sí.
La primera puede surgir de lo banal, mientras que la segunda siempre se basa en
la razón. Existen métodos documentados que ayudan a poner en práctica esta
habilidad, que, para muchos, resulta complicada.
El
primer paso es la relajación para pensar de forma desahogada, por lo que un
cerebro descansado ayuda a encontrar una mejor respuesta. Es así que,
actividades tales como caminar o tomar una siesta, nos desconectan momentáneamente
del problema, pero no a nuestro cerebro que, de forma inconsciente, continúa
trabajando en beneficio de una respuesta, la cual, puede incluso presentarse de
forma inesperada.
Del
modo de cómo visualizamos la problemática, dependerá el tipo de solución. Es
necesario plantearnos y sumergirnos en distintos panoramas, tratando de
comprender el porqué se suscita el conflicto. Debemos examinar detenidamente y,
eliminar de raíz, aquello que esté afectando o, en su defecto, implantar aquellas
cosas que beneficien. Por ejemplo, si nuestro hijo lleva malas notas en la
escuela, lo ideal sería ponernos en su papel, intentando pensar como él, y descubrir
qué impide el interés por el estudio. Preguntas como: ¿puedo incentivarlo?, ¿cómo
hacer que lo desee?, sería un buen comienzo.
Otra
alternativa es comparar el problema, de modo que, podamos aplicar, una técnica
similar que alguien más —o nosotros mismos—, hayamos utilizado anteriormente
para encontrar la respuesta.
La
estimulación cerebral puede obtenerse de la forma más trivial y absurda, por
sorprendente que parezca; de tal forma que, al realizar actividades ilógicas
nos conduzca hacia esa solución que buscamos. Ejemplos como: lanzar una moneda
al aire, hojear una revista o ver la circulación vehicular, podrían ser de
mucha ayuda, por incomprensible que esto suene.
Siempre
será necesario replantearse la solución, volviendo al punto de partida para así
elegir la opción más adecuada, en caso de tener dos o más. Con pequeños
ejemplos como estos, ayudaremos a mejorar nuestra creatividad, aprendiendo a
saber afrontar la vida, alcanzando aquello que un día llamaremos: experiencia.
“El
conocimiento habla
y la sabiduría
escucha”
(Jimi Hendrix, 1942-1970).