"Asesinato de Enrique IV, el magno rey de Francia", Gaspar Bouttats. |
ENRIQUE IV: EL
ABSOLUTISTA
A
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l siglo XVII, los franceses han
decidido conocerlo como el “siglo de Luis XIV” o “el gran
siglo”, porque se trata de la época histórica en donde el auge del Absolutismo
ocupó un significativo lugar. El gobierno del monarca Luis XIV —también célebre
bajo el nombre de “El Rey Sol”—, ha sido el más largo que la
historia francesa ha experimentado, con un total de 72 años.
La
Europa de aquellos años, veía en Francia a un país muy poderoso e influyente. Y
no estaban equivocados. El Estado francés tenía plena confianza y orgullo en sí
mismo, como para alardear de su potencial para impregnar al resto de Europa
bajo su mentalidad. Sería en aquellos años, como muestra de ello, cuando saldría
a la luz la obra titulada: “París, el modelo de las naciones extranjeras
o la Europa francesa”.
Luis
XIV es recordado por su rechazo a la llegada de extranjeros, pero no así, al
envío de destacados ciudadanos hacia diferentes países europeos; todo fuera por
el objetivo de difundir la cultura francesa.
Para
comprender parte de la grandeza económica de este gran siglo —como fue
llamado—, habría que retroceder un poco en los acontecimientos históricos. Es
sabido, que las guerras de religión habían dejado a la Hacienda Real en
condiciones terribles. Maximilien de Béthune, ministro de Enrique
IV, jugó un papel determinante en la sanación de la economía estatal.
A
su vez, la guerra había ocasionado no sólo estragos económicos, sino también políticos.
La nobleza estaba dividida, encontrándose aquellos de tendencia católica con apegos
absolutistas, y aquellos de tendencia protestante (los “hugonotes”).
Enrique IV —primer soberano de la Casa de Borbón—, se inclinaría
por una política absolutista, en donde progresivamente, las asambleas
parlamentarias y los parlamentos regionales fueron teniendo menor fuerza.
Enrique
IV
promulgó el controversial Edicto de Nantes, en el cual se autorizaba la
libertad de conciencia y de culto. Este acto, a la vez de su tolerancia hacia
el ala protestante, sentó las bases que condujeron a su asesinato en 1610 a manos
de Françoise Ravaillac.
Ravaillac,
nacido en el seno de una humilde familia católica, había crecido en un ambiente
sumamente difícil y de rencor a causa de las disputas religiosas. Los hugonotes
(protestantes), se sabe que habían profanado iglesias y tumbas, así como
ultrajado las pilas bautismales para usarlas como bebederos para sus animales. Esto,
evidentemente, no podía sino causar resentimiento de parte de las familias católicas,
quienes se sintieron defraudadas con la Corona al no sancionar estos abusos.
Durante
varios episodios de su vida, Ravaillac afirmó que Dios se le había presentado
en visiones, diciéndole que debía salvar a Francia de los herejes. La historia
cuenta que, ante esto, se decidió a hablar urgentemente con Enrique IV, para
convencerlo de que la política religiosa que estaba adoptando no era la mejor; pero
el paso le fue negado en varias ocasiones por la guardia real.
Al
verse impedido de entrevistarse con él, optó por asesinarlo, en un intento de
cambiar el rumbo político y social de Francia. Y así lo hizo, asaltando a la
carroza del rey y apuñalándolo un 14 de mayo de 1610. Se cuenta que en ningún
momento buscó la manera de escapar, sino que aceptó su arresto, mismo que al
poco tiempo lo conduciría a su sentencia de muerte.
“El
conocimiento habla
y
la sabiduría escucha”
(Jimi Hendrix, 1942-1970).