"Guerreros Aztecas", Códice Mendoza. |
GUERRERO
AZTECA: EL CAMINO HACIA EL SOL
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an sólo una cosa era la que aguardaban
con ansias los jóvenes de Tenochtitlán: llegar a alcanzar y desempeñar una
admirable capacidad combativa y castrense, de modo que un día lograran hacer
prisionero a un enemigo en la guerra. Hasta entonces, no podían cortarse el piochtli,
la única porción de cabello que tenían en la nuca.
Si
eran capaces de tal hazaña, entonces evocarían al dios Tezcatlipoca,
quien gritó en su momento: “¡Yo soy un iyac!”, haciendo ellos lo
mismo al conseguir tan grande proeza. Este acto los hacía merecedores de
alcanzar un fragmento de la esencia divina, motivo por lo que ya podían
sentirse libres de cortarse esa única porción de cabello de la nuca, para entonces
dejar crecer otro más que ahora les cubriera la oreja derecha.
Sin
embargo, había un largo camino por transitar, ya que estos debían de continuar
demostrando un excelente desempeño en las conflagraciones siguientes para no
ser descalificados por sus superiores; de lo contrario, era orillados a abandonar
la vida militar, al igual que la vestimenta asignada para los militares a base
de algodón teñido y bordado, para ser devueltos a sus hogares en calidad de macehualli,
como ciudadanos comunes dedicados al cuidado de su familia y al trabajo del
campo.
No
obstante, si la buena suerte les sonreía y eran capaces de capturar a cuatro
enemigos en su poder, se hacían merecedores al título de tequihuah,
cuyo significado es: “el que participa del tributo”. De este
modo, se hacían parte de los consejos de guerreros con actividades específicas
de suma importancia, ataviados con ornamentos de plumas finas y con brazaletes
de cuero.
Con
esto, al ir ascendiendo, podían soñar con lograr un alto grado dentro de la
milicia. Podían aspirar a convertirse en un cuáchic o cuauhchichimécatl,
un chichimeca-águila. Continuando con la cadena de éxitos,
llegarían a los grandes títulos a los que podían aspirar: la orden de los “caballero-tigre”
o la orden de los “caballero-águila”.
Los
caballero-águila, también conocidos como los guerreros del sol,
hacían honor a su título al portar una esplendorosa vestimenta que culminaba
con un imponente casco con forma de cabeza de águila, y de cuya valentía y
sabiduría dependía todo un Imperio.
El
Emperador mexica les hacía distribución de generosos y lujosos regalos durante
el mes de ochpaniztli, que era la fiesta de las siembras y en la
que conmemoraban el nacimiento del maíz: armas, escudos, vestimenta, joyas,
cascos, entre otras cosas, como recompensa a su lealtad y servicio al Estado
azteca. Las riquezas eran el resultado del honor ganado, repudiando la forma inversa
y desvirtuada del pensamiento del hombre deshonroso, cuya idea es que las
riquezas conceden el honor.
Su
pensamiento los conducía siempre hacia un ideal: la de un día morir
heroicamente en la lucha, para entonces ser dignos de ser acogidos en la casa
del sol, gozando para siempre de las bondades de las flores, tras reencarnar en
la forma de un delicado colibrí, a imagen del señor Huitzilopochtli.
“El
conocimiento habla
y la sabiduría
escucha”
(Jimi Hendrix, 1942-1970).