LA LIBÉLULA:
EL PEQUEÑO DEPREDADOR AÉREO
L
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as guerras no sólo son propias de los
seres humanos. Dentro del reino animal ésta se vive, día con día, con el
propósito de sobrevivir, en donde la supremacía de los más fuertes siempre
inclinará la balanza a su favor. Un caso especial es la guerra en miniatura: la
guerra de los insectos.
Dos
de las especies que se destacan por su flamante y veloz ataque aéreo son los caballitos
del diablo y las libélulas. Éstas últimas logran alcanzar una
velocidad cercana a los 85 kilómetros por hora en distancias cortas, motivo por
el que se destacan dentro de los insectos más ágiles y veloces. Prueba de ello
es su capacidad para cazar, pelear, comer y aparearse mientras se encuentran en
vuelo. Esto sin contar que pueden realizar cambios de direcciones repentinos,
así como permanecer suspendidas en el aire o poner sus huevecillos al rozar el
agua. Es decir, todo lo hacen mientras vuelan.
El
secreto se encuentra en la potencia de sus cuatro alas y en su tórax, el cual
contiene bolsas de aire que, al calentarse, les hacen adquirir una mayor
ligereza, ayudándoles en la cacería cerca de las superficies acuáticas,
llegando a comer el equivalente a su peso.
Algunos
ejemplares actuales, que cuentan con una envergadura de hasta veinte
centímetros —aunque en el pasado existieron especies más grandes como el Meganeura,
que se remonta a 300 millones de años, y que llegaron a medir cerca de los
setenta centímetros de una punta a la otra en sus alas—, muestran la evolución
que han tenido a lo largo del tiempo.
Pertenecientes
a la orden de los Odonatos —por poseer ojos grandes, colores brillantes,
antenas cortas, dos pares de alas transparentes y cuerpo alargado—, son fáciles
de diferenciar entre ambas especies. Las libélulas (anisópteros)
mantienen sus alas desplegadas y horizontales, cuyos enormes ojos casi se tocan
en la frente; a diferencia de los caballitos del diablo (zigópteros)
que son más pequeños y delgados, los cuales levantan las alas para descansar.
Sus
ojos, formados por 30 mil ocelos individuales, les brinda una visión que puede
compararse con la de los mamíferos, con una panorámica ideal para acechar a su
presa, lo que les permite detectarla a una distancia de más de veinte metros,
sorprendiendo y embistiendo a otros insectos voladores —como moscas y mosquitos—
a una velocidad que oscila entre cuarenta y cincuenta kilómetros por hora. Otro
factor importante de estos depredadores son los tres pares de patas espinosas,
ideales para capturar y sujetar durante la cacería.
Las
larvas de las libélulas se desarrollan en el fondo del agua, al igual que las
de otros insectos, a diferencia que estos llegan a ser alimento para peces,
anfibios y aves. Todo gracias a que sus tonos en color café logran hacerles
pasar desapercibidas, convirtiéndolas en una larva voraz capaz de emboscar
insectos, renacuajos, peces pequeños e, incluso, crías de su propia especie. De
este modo, se han convertido en unos cazadores eficientes en el fondo de los
estanques, como en el aire.
“El
conocimiento habla
y la sabiduría
escucha”
(Jimi Hendrix, 1942-1970).