NUMEROLOGÍA: ANALIZANDO
DEL 0 AL 3
L
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os números son parte importante de
nuestro día a día. Es difícil imaginar cómo sería nuestra realidad si no los
tuviéramos. La Naturaleza está regida por ellos para darnos sustento, motivo
por el que existe quienes afirman que los números y, en concreto, las
matemáticas, son la suprema manifestación de la ley universal.
El
primer dígito, el cero (0), evidentemente representa la nada. Sin
embargo, se trata de un dígito poderoso, puesto que dependiendo del lugar que
ocupe, será capaz de acrecentar a otro número exponencialmente. Lo que nos recuerda
la frase de Napoleón: “el hombre es como un número: su valor depende de
su posición”. Ahora bien, por su representación en forma circular,
lleva inmerso el significado de la eternidad.
El
número uno (1) simboliza la divinidad y la sabiduría,
la cual, suele ser poseedora de un matiz masculino. En algunas
culturas, como la Mesoamericana, se encontraba asociado a la integridad del
cosmos a través de Quetzalcóatl, bajo el nombre de Centéotl, interpretado como “dios
uno”. Sin embargo, también era posible interpretar el vocablo como “maíz
divino”, al ser ‘ce’ (uno) derivación de ‘centli’, cuyo
significado es grano de maíz.
El
número dos (2) es, a diferencia del anterior, símbolo de la femineidad
y de la razón que, como se aprecia, es el complemento del número
uno masculino. En el México Prehispánico estaba asociado a la dualidad siempre
prevaleciente en el Universo; es decir, a la existencia de los polos opuestos.
El ejemplo más claro, la Serpiente Emplumada (serpiente quetzal).
El
número tres (3) es producto de la suma y unión de los dos dígitos
anteriores: pues si el 1 es hombre (sabiduría) y el 2 es mujer
(razón), entonces el 3 es, por consecuencia, el hijo (acción).
Gracias a este dígito se forma el polígono más sencillo: el triángulo. El tres —como
símbolo de la tríada—, era para los mesoamericanos el símbolo perfecto de la relación.
Ometéotl, quien llegó a ser representado con un triángulo era,
pues, el misterio sagrado supremo: “la divina dual trinidad”.
Aunque
las pirámides claramente tienen una forma tridimensional, se encuentran
asociadas por su aspecto inmediato con el número tres. De allí su importancia
en diferentes pueblos del mundo y su asociación con las montañas. Como se
mencionaba al inicio, el número tres es símbolo del hijo, es decir de una
sustancia materializada. El hijo es la voz de su padre (sabiduría) y de su
madre (razón).
A
propósito de esto, la montaña y la pirámide fueron vistas por los
mesoamericanos como una representación del cuerpo humano que busca trascender;
es decir, alcanzar la cúspide para tocar el cielo. Desde luego, que el camino a
subir no era fácil, pues se requiere de esfuerzo para ser imagen de los dioses.
La
montaña es un elemento importante, también, en las religiones monoteístas. Tal
es el caso del pasaje de Isaías que reza: “vengan, subamos al monte del Señor”,
así como la transfiguración de Jesucristo en el Monte Tabor. En ambos casos, estos
lugares son un punto de contacto con lo divino.
“El
conocimiento habla
Y
la sabiduría escucha”
(Jimi
Hendrix, 1942-1970).