REGALOS: EL
ARTE DE OBSEQUIAR
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entro de las costumbres y tradiciones
humanas, se ha hecho el hábito de conmemorar fechas especiales y significativas
para todos nosotros; ya sean los cumpleaños, día de la madre, día del padre,
Navidad, etc. Estos días marcados en el calendario tienen algo en común: la
entrega de obsequios al festejado.
Reza
un dicho que “existe más placer en dar que en recibir”, lo que
tiene mucho de cierto. Pero hay que reconocer que es muy placentero recibir
regalos. Las ocasiones son un buen motivo para festejar y convivir, y qué mejor
que dar o recibir algo que nos pueda marcar y hacer muy felices.
La
tradición se remonta al siglo VIII a. C. en la Antigua Roma, cuando según la
leyenda, la diosa Strenia —asociada al bienestar, la purificación
y al año nuevo—, otorgó a Tatio, gobernador de Roma, unas ramas de laurel como
muestra de buenos deseos para el incipiente año. Cabe destacar que, a partir de
ese suceso, se instituyó regalar ramas de laurel en esa fecha, como signo para
empezar un nuevo ciclo con un presagio prometedor y lleno de abundancia. Con el
tiempo esto fue cambiando y las ramas fueron sustituidas por otros artículos.
De
hecho, la palabra “estrenar” tiene su origen en la diosa Strenia,
quien, a su memoria, los objetos recibidos eran conocidos como “strenae”;
término que se adaptó al castellano con el paso del tiempo.
Dentro
de la Cultura China, son cinco los dones para dar: suerte, prosperidad,
longevidad, felicidad y salud. Esto se representa al obsequiar amuletos,
a modo de invocar las bendiciones. Todo sea por el bienestar del semejante.
Por
su parte, los japoneses aportaron algo que sería considerado —hasta nuestros
días—, como algo imprescindible para los obsequios: el papel decorado
para su envoltura; cuyo objetivo es acrecentar la incertidumbre, emoción y
expectativa para la persona que recibirá el presente, lo cual se ve reflejado
al momento de abrirlo.
No
todo tiene que ver con objetos personales y artículos para el uso cotidiano o
doméstico. Las supersticiones y creencias han formado parte de los regalos para
dar suerte. En la Antigua Grecia, por ejemplo, se creía que la herradura,
fabricada en hierro, alejaba a los malos espíritus y se le colocaba en las
puertas.
Una
de las escenas significativas en la historia son las ofrendas que le hicieron
los ‘Reyes Magos’ al Niño Jesús: oro, incienso y mirra. Otro
caso, es el mítico Caballo de Troya, que según el poeta Homero,
fue un regalo como muestra de rendición por parte de los griegos hacia los
troyanos, pero que, como es sabido, era una trampa para tomar la ciudad.
Sin
embargo, los regalos no siempre han sido con buena intención, ya que, en Siam (hoy
Tailandia), los gobernantes solían obsequiar elefantes blancos a aquellos
súbditos que consideraban incompetentes. El motivo de esto era condenar a la
bancarrota al desdichado, por la costosa manutención que esto conllevaba. Era
imposible rechazar al animal por ser un regalo del rey y, a su vez, no podían conferirlo
a alguien más. De allí el término que, en la actualidad, se le denomine como “elefante
blanco” a un proyecto costoso y nada funcional.
Ahora
bien, para dar un buen obsequio hay que contemplar algunos puntos importantes:
conocer los gustos de la persona, el grado de utilidad del objeto, la
envoltura, el lugar de entrega, la sorpresa y la recepción.
“El
conocimiento habla
y la sabiduría
escucha”
(Jimi Hendrix,
1942-1970).