Salomé, por: Nadja Michael. La Scala, Milán (2007). |
SALOMÉ: LA
PRINCESA DESQUICIADA
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n nombre que ha logrado perdurar a
través de la historia, es sin duda el de Salomé. Aquella princesa
edomita, hija de Herodías, quien estuviera casada con Herodes Antipas;
cuyo acto principal, de acuerdo con los relatos bíblicos, fuera la causante de
la decapitación de Juan el Bautista.
Salomé
ha sido recordada en múltiples facetas artísticas, en las cuales destaca la
recreación del suceso bíblico en actuaciones teatrales, así como la ópera de Richard
Strauss, basada en la obra de Oscar Wilde. En la historia escrita
por el autor irlandés, se representa a una joven desquiciada que, valiéndose de
su belleza y de sus aptitudes para el baile, le exigió a su padrastro, Herodes,
la cabeza de Juan el Bautista, a cambio de bailar la danza de los
siete velos.
El
drama culmina, irónicamente, con la ejecución de Salomé por órdenes de su
propio padrastro, al decepcionarse y ver la gran maldad que en la joven
doncella se encerraba; algo que llenó de horror al soberano.
Cuenta
la historia que, en cierta ocasión, Strauss tuvo la oportunidad de presenciar
la obra teatral bajo el libreto de Wilde, impresionándose gratamente por la
calidad de la trama, por lo que no dudó y decidió musicalizarla, obteniendo al
final un resultado un tanto estremecedor.
Considerada
por expertos como una gran obra maestra de nuestro tiempo —la cual fuera estrenada
en 1905 con un éxito rotundo y que luchara con la censura—, requiere del
talento interpretativo de una soprano, capaz de actuar y de bailar durante la
puesta en escena.
No
fue hasta 1934, cuando fuera reestrenada en la Ópera Metropolitana de Nueva
York, ratificando el éxito conseguido dos décadas atrás, cuando se
estrenara por primera vez en el Semperoper de Dresde, Alemania.
Con
el paso del tiempo, la ópera —que tiene un sólo acto— ha tenido que ir adecuándose
a los tiempos modernos, sufriendo adaptaciones en lo que respecta a escenografía
y vestuarios; pero no perdiendo su esencia, misma que se agradece por mantener
intacto el sentido del drama y de la interpretación.
El
argumento de la ópera varía un tanto del relato bíblico conocido y tradicional.
La historia se suscita cerca de Jerusalén, en el Palacio de Herodes, en
donde se encuentra recluido Juan el Bautista, quien desde su encierro no
hace más que anunciar la llegada salvadora de Jesucristo, mientras en la
terraza se lleva a cabo un banquete.
Una
joven Salomé, al escuchar los gritos del Bautista, siente curiosidad y pide ser
llevada ante él para conocerlo, cosa que le fue negada. Pero tanta fue su
insistencia, que logró convencer a un guardia —que estaba enamorado de ella—,
valiéndose de esto para sacar al Bautista y llevarlo ante su presencia.
Al
ver a Juan el Bautista, inmediatamente la princesa se enamora de él, al
grado de pedirle que le deje tocar su blanca piel, a lo cual, Juan se niega. Una
vez más, cautivada por su cabellera negra, ella le pide de nueva cuenta, que la
deje tocar sus cabellos, recibiendo una segunda negativa. Por último, ante los
rechazos, le pide un beso, siendo desairada por tercera ocasión.
Ante
tal desprecio, se dirige hacia Herodes, quien le pide y la convence de que
baile para él, a cambio de concederle lo que ella pidiera. Salomé acepta y danza.
Al terminar el baile, va por su recompensa, por lo que el monarca, complacido,
la invita a que le exponga su deseo. Ella, sin dudar, le exige la cabeza de Juan
el Bautista, a lo que Herodes trata de disuadirla con otros presentes, por
temor al Bautista.
Nada
hizo cambiar de parecer a la joven, quien se aferró a su deseo y Herodes no
tuvo más remedio que concedérselo, tal como lo solicitaba: la cabeza de Juan en
una bandeja de plata. Una vez con la cabeza, Salomé logra el beso que le fue
negado, besando los labios ensangrentados del sacrificado. Los invitados,
horrorizados, al igual que Herodes, no daban crédito a lo que sus ojos veían.
Ante
tal monstruosidad y, arrepintiéndose del capricho concedido a Salomé, Herodes
no vacila en ordenar —en ese momento— que la apresen y que la ejecuten
inmediatamente.
“El
conocimiento habla
y la sabiduría
escucha”
(Jimi Hendrix,
1942-1970).