CRISTIANOS Y ROMANOS: LA PUGNA RELIGIOSA
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a religión cristiana, en algún momento, se volvió un asunto incapaz de pasar desapercibido por el Imperio Romano. El Cristianismo, cuyo surgimiento habíase dado en Judea en la época de Augusto y Tiberio, comenzaba lentamente a sobresalir en el campo social. De acuerdo con la visión romana, la religión —como poseedora de un valor político— debía ser respaldada por el Derecho.
El culto imperial, evidentemente, era el que regía de forma oficial a las instituciones. No obstante, el mismo no suponía impedimento para que el Estado aceptara la práctica de otras religiones, siempre que prevaleciera el orden público y el respeto hacia el Imperio. El nuevo dogma comenzó a cobrar forma a partir de la Pasión de Cristo, misma que sería recordada para siempre, como símbolo de insurrección —del pueblo judío— hacia el poder de Roma.
La estructura cristiana se erigió basándose en el fundamento central de la nueva fe y, con ello, diferenciándose del resto de credos; pero guardando similitud con el Judaísmo, en opinión del Estado. La liturgia propia y la devoción de los fieles lograron captar la atención del pueblo y del gobierno romano, ganándose la aceptación como un fenómeno llamativo.
Todo habría de transcurrir en orden hasta el momento en el que los cristianos osaron adoctrinar a los esclavos y a las clases bajas, negando así el politeísmo y los cultos oficiales; entrando en conflicto, de forma inevitable, con el Imperio Romano. Aunado a lo anterior, el Cristianismo difundía el rechazo del “culto a la personalidad”, patente en la figura del Emperador.
La primera persecución importante estuvo comandada por el Emperador Nerón en el territorio que, poco antes, había contado con la presencia de los apóstoles Pedro y Pablo, en cuyo lugar prosperaba una comunidad cristiana desde tiempos del Emperador Tiberio Claudio. Nerón los culpaba del Gran Incendio de Roma del año 64, desastre por el cual, el pueblo lo responsabilizaba.
La acusación trajo, como consecuencia, la matanza de cristianos, la cual fue vista sin fundamento en lo que al incendio correspondía. Sin embargo, fue considerada justa en lo que a la práctica del culto concernía, toda vez que se violaban y desacataban los estatutos establecidos para dicho fin.
La pugna constante no logró más que alimentar un sentimiento de enemistad entre cristianos y romanos, los cuales eran llamados “paganos” por los miembros del nuevo credo. Al mismo tiempo que acontecían las disputas sociales, una nueva institución se afianzaba paulatinamente en el territorio romano: la Iglesia. Algo que, con el pasar de los años, intensificaría la lucha entre la Religión y el Estado.
Pese a los inconvenientes, cabe también destacar, que el Cristianismo gozó de las ventajas de las leyes procesales, al igual que del buen juicio inherente del pueblo romano. Muestra de lo anterior fue la proliferación de textos cristianos durante el siglo II, que fueron hechos llegar a los Emperadores por parte de los escritores, marcando las pautas de una base doctrinal en potencia.
Ante tal problemática, el conflicto ideológico terminó trascendiendo al plano filosófico, defendiendo, ambos bandos, su fe y su doctrina. Con el tiempo, esto abrió los preparativos del futuro establecimiento de la Iglesia en el corazón de Roma. Marco Aurelio, adverso al nuevo dogma y en su carácter defensor del orden público, acentuó la represión oficial, dando lugar a persecuciones ocasionales.
Los historiadores afirman que, el hecho de que sobreviva hasta nuestros días la estatua ecuestre de Marco Aurelio, es debido a que se le confundió con el Emperador Constantino, quien concedió libertad de culto al Cristianismo en Roma. De lo contrario habría sido destruida.