jueves, 14 de mayo de 2020

EL JUEZ SABIO: "'Quise conocerte y comprobar lo que se dice de ti, tu buen juicio, sabiduría y honradez. Pídeme lo que desees, te lo mereces'. El juez respondió: 'Sólo he cumplido con mi trabajo, por lo que no necesito recompensa alguna. Me basta con los elogios y la confianza del pueblo y de mi Emir'”.


EL JUEZ SABIO: UNA LECCIÓN DE HONRADEZ 

U

n singular cuento de León Tolstói que nos enseña el valor de la justicia y de la verdad, virtudes que deben prevalecer en el ser humano de forma incondicional, sin esperar nada a cambio. La historia del “Juez Sabio” se ambienta en una época pasada, concretamente, en tierras argelinas. 

Todo inicia cuando el Emir argelino, Baukás, tuvo conocimiento de la fama de un juez dentro de su emirato, del cual sobresalía su honestidad y justicia al resolver todos los casos, por más difíciles que estos parecieran; ganándose el reconocimiento de los ciudadanos, hasta llegar a oídos del gobernante. 

Ante esto, Baukás quiso conocer a tan célebre personaje para corroborar todo lo que de él se decía. Pero no quiso ir bajo su imagen de Emir, por lo que, disfrazándose de un humilde aldeano, tomó su caballo y se dirigió hacia la ciudad en donde radicaba el juez. 

Casi llegando a su destino, un limosnero —que también era cojo—, le pidió unas monedas a Baukás, quien pronto accedió a dárselas. Pero el hombre lo sujetó fuertemente de la ropa, pidiéndole además que lo llevara a la ciudad, ya que corría el riesgo de ser atropellado por los jinetes de camellos y caballos, al no poder verlo por su condición. De buena gana, el Emir aceptó a llevarlo. 

Ya en la ciudad, cuando le pidió que bajara del caballo, el limosnero se negó argumentando que el caballo era suyo, y que quien debía bajarse tenía que ser Baukás. Ante esto, tomaron la decisión de ir con el juez para que deliberara y entregara el caballo a su legítimo dueño. Ante el revuelo ocasionado, la gente empezó a llegar para ver la discusión y apoyaron la idea de ir con el magistrado. 

Ya en el tribunal, se percataron que había muchos casos más. Un campesino y un escritor peleaban ser los legítimos esposos de una mujer. Un carnicero y un comerciante peleaban por una bolsa de dinero. En ambas situaciones, vieron el proceder del juez, quien pidió que relatara cada uno su versión. 

Tras oír al escritor y al campesino, les pidió que dejaran a la mujer en el tribunal y los citó a la mañana siguiente para su veredicto. Siguieron el carnicero (manchado de sangre) y el comerciante (manchado de manteca). El primero llevaba la bolsa con monedas en la mano, mientras que el segundo le sujetaba el brazo. 

El carnicero argumentó que fue a la tienda a comprar manteca y, cuando quiso pagar, el comerciante intentó arrebatarle la bolsa. Por esa razón acudieron al juez, uno con la bolsa en la mano y el otro sujetándole el brazo. Por su parte, el comerciante replicó diciendo que el hombre se presentó en su negocio y, después de despacharle la manteca que le pidió, el carnicero le rogó le cambiara una moneda de oro, por lo que sacó su bolsa llena de monedas y éste quiso robárselas y huir a toda prisa, cosa que él impidió tomándolo del brazo, y por eso llegaron así. 

Ante las versiones de los implicados, el juez tomó la misma decisión que en el caso anterior: les pidió que dejaran la bolsa de dinero en el tribunal y los citó a la mañana siguiente para su veredicto. 

Por fin llegó el turno de los que peleaban por el caballo, a lo que el juez pidió, uno a uno, relataran los hechos. Después de que Baukás narrara lo sucedido, fue el turno del limosnero, quien argumentó lo contrario, narrando que fue Baukás quien pidió ser llevado y que, posteriormente, se negó a bajarse del caballo; rebatiendo que el equino era suyo, cosa que era mentira. Ante esto, el juez —una vez más—, después de analizar los relatos, pidió que dejaran el caballo en el tribunal y los citó a la mañana siguiente para su veredicto. 

Al día siguiente se presentaron todos los implicados, de nueva cuenta, para escuchar la sentencia del juez en el mismo orden del día anterior. El juez dijo al escritor: “Toma a tu esposa y vete a casa, que el campesino tendrá su castigo”. Acto seguido, se dirigió al carnicero y le dijo: “Recoge tu bolsa de monedas, que el comerciante tendrá su castigo”. 

Finalmente, llegó el turno del aldeano y del limosnero. El juez les preguntó: “¿Son capaces de reconocer a su caballo en medio de otros más?”, a lo que los dos asintieron. Uno a uno fue llamado y conducido al establo, en donde los dos identificaron sin problema al corcel. A continuación, ya en su sitio, el juez le dijo al aldeano: “Toma tu caballo y vete a casa, que el limosnero tendrá su castigo”. 

Al terminar su labor del día, el magistrado se dispuso a retirarse a su casa, cosa que aprovechó Baukás para interceptarlo y preguntarle cómo deliberó en los tres casos.

“Temprano le pedí a la mujer que llenara mi tintero. Cosa que ella hizo con mucha habilidad y determiné que sabía muy bien lo que hacía. En el segundo caso, en la noche anterior, vacié las monedas en un recipiente con agua y esperé ver manchas de manteca en ella, cosa que no sucedió. Fue así como deduje que la mujer no podía estar casada con el campesino al saber cómo proceder, y que la bolsa de dinero no podía ser del comerciante al no haber rastro de lo que vende. 

Tu caso fue más complicado al reconocer los dos al caballo. El objetivo no era ése, sino que el caballo los reconociera a ustedes. Cuando el limosnero se le acercó, el animal se mostró reacio; en cambio contigo, fue todo lo contrario. Definitivamente era tuyo”. 

Baukás, complacido y admirado, dijo entonces al juez: 

“En realidad no soy un aldeano, soy el Emir. Quise conocerte y comprobar por mí mismo lo que se dice de ti, al alabar tu buen juicio, sabiduría y honradez. Pídeme lo que desees, te lo mereces”. 

A lo que el juez sabio respondió: “Sólo he cumplido con mi trabajo, por lo que no necesito recompensa alguna. Me basta con los elogios y la confianza del pueblo y de mi Emir”. 

 

“El conocimiento habla
y la sabiduría escucha”
(Jimi Hendrix, 1942-1970).