miércoles, 20 de mayo de 2020

LOS VÁNDALOS: "En el año 455 saquearon Roma. Fue el Papa León I el Magno quien pudo calmarlos y negociar con Genserico, protegiendo a la población civil, el rescate de los edificios públicos de la quema, así como garantizar la integridad de los prisioneros".

"Invasión de Genserico a Roma", Karl Pávlovich Briulov (1835).

LOS VÁNDALOS: RESISTENCIA AL IMPERIO ROMANO 

L

a idea que prevalece hasta nuestros días, de entender al “Imperio” como una monarquía impresionante de tinte universal, y con un sello de omnipotencia, es herencia, sin duda, de la Antigua Roma. Tras la posterior aparición del Imperio Bizantino —también conocido como el “Imperio Romano de Oriente”—, pudo evidenciarse la continuidad de esta concepción, la cual perduraría durante buen tiempo. 

El Pontificado, inspirado en el gobierno civil, conservaba muchos de los rasgos en los que el Imperio descansaba, tales como la universalidad y el absolutismo. A diferencia de éste último, el Imperio podía ser dirigido por dos Emperadores, uno en Constantinopla (Oriente) y otro en Roma (Occidente), pero siempre evitando cualquier tipo de disgregación. 

La reorganización de las provincias occidentales hubiera sido posible en caso de haber creído en la unidad del Imperio, por medio de gobernadores bárbaros que hubiesen sido elegidos por cada una de ellas, y avalados por Constantinopla. Sin embargo, esto se dificultó a causa de la idiosincrasia teutónica. 

La falta de cooperación entre ambos bandos (teutones e imperiales) tuvo mucho que ver en el aspecto religioso; debido a que el Imperio —bajo un estricto Catolicismo— no toleraba el Arrianismo profesado por los teutones. Uno de los principales inconvenientes para el Emperador, al estar radicando en Constantinopla, era el de no poder viajar a Roma en la medida de sus necesidades; por lo que el Papa en función, debía hacerse cargo de los asuntos de Estado. 

Un dato por destacar era la oposición radical del resto de los pueblos germánicos (visigodos, ostrogodos, lombardos, vándalos y suevos) hacia la Iglesia Católica; no tanto en el aspecto dogmático, sino por negarse a ser controlados por una jerarquía, con la cual no se identificaban. 

Para la administración imperial, siempre fue un gran escollo la presencia de los vándalos en territorio africano, quienes habían permanecido, en un principio, en territorio español, donde fueron hostigados por los visigodos, bajo indicaciones del Imperio. 

Los vándalos se especializaron en la navegación, a pesar de no ser diestros en esta área. Se vieron en la necesidad de hacerse a la mar, cuando el desierto africano les bloqueó el camino. Se convirtieron, entonces, en piratas y dominaron a las embarcaciones del Mediterráneo. 

El pueblo vándalo no sentía ningún tipo de apego o rechazo hacia el Imperio. En realidad, le era indiferente. Lo único que realmente odiaban era a los católicos, según ellos, motivados por Dios. 

En el año 455, los vándalos saquearon Roma. Fue el Papa León I el Magno, quien pudo calmarlos y negociar con Genserico (su rey), logrando la protección de la población civil, el rescate de los edificios públicos de la quema, así como garantizar la integridad de los prisioneros. Sólo durante unos cuantos días, se llevó a cabo el saqueo de la ciudad, hurtando los tesoros del Templo de Júpiter, incluyendo los vasos y candelabros que Tito había traído del Templo de Jerusalén. 

Esta constante fricción entre el Imperio y los germánicos, dio lugar a que el objetivo principal —cada vez que se nombraba un nuevo dirigente de tendencia católica—, fuera la organización de una expedición hacia tierras africanas en contra de los vándalos. 

 

“El conocimiento habla
y la sabiduría escucha”
(Jimi Hendrix, 1942-1970).