LA MONEDA MEDIEVAL: DE BIZANCIO A CARLOMAGNO
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urante el siglo IX fueron dos las monedas de oro más importantes de la época: el “bezante” o “sólido” de origen bizantino, y el “dinar” de origen árabe. Ya desde los tiempos del Emperador Constantino I se había acuñado el solidus aureus nummus, establecido en 72 piezas por libra sobre oro; es decir, con un peso aproximado de 4,50 gramos.
Durante el reinado de Anastasio I, se estableció el denario de plata y una moneda básica de cobre, el follis, con valores correspondientes a una doceava parte de un sueldo, así como de 288 piezas por sueldo, respectivamente.
En el siglo VII, el Califato Omeya emitió el dinar de oro, siguiendo el ejemplo del Imperio Bizantino. La moneda da muestras de un estilo muy semejante, al grado de plasmar en ella el busto imperial. Salvo por un aspecto importante: cambiando todo tipo de simbologías cristianas. Independientemente de lo anterior, también se utilizó la dracma de plata del antiguo Segundo Imperio Persa, con el nombre de dírham.
Se le adjudica al quinto Califa omeya, Abd al-Málik, la creación de una moneda propia. Para lo cual, procedió a retirar y prohibir la que se encontraba en uso, acuñando en su lugar, una con características nacionales; a la vez que cambió la vieja iconografía por las del tipo histórico y religioso.
A través del tiempo, y como consecuencia de la institución de los diferentes gobiernos, los valores del Imperio Romano continuaron arraigándose en la sociedad. No obstante, el objetivo era erradicar progresivamente el solidus aureus (acuñado por Constantino) por el tremís de oro, con el valor de una tercera parte (acuñada por Magno Clemente Máximo).
Las complicaciones no se hicieron esperar, y no sería hasta el siglo VIII, cuando la economía sufriría un impacto negativo relevante, donde todo tipo de actividades comerciales se definieron en base a trueques o intercambios de mercancía, basados en un valor en moneda de las cosas, aun sin el uso de éstas.
Años más tarde, con la llegada del Emperador Carlomagno, se decidió establecer dos zonas territoriales, regidas, una por la plata y la otra por el oro. El Imperio Carolingio tomó como unidad al dinero de plata, siendo doce de estos equivalentes a un “sueldo” y veinte a una “libra”, constituyéndose como unidades de cuenta. La moneda carolingia, por su bajo valor, tuvo que ser resguardada por capitulares (actos legislativos), por lo que, gracias a esto, el Imperio recobró el derecho propio para acuñar piezas que, en tiempo de los Merovingios, sólo correspondía a la Iglesia y a los fabricantes privados.
El mancuso musulmán, acuñado por el Al-Ándalus, se convirtió en la divisa oficial en el comercio internacional, a diferencia de las monedas en oro de los Ducados lombardos y de las acuñadas por el Conde de Barcelona.
Tanto fue la influencia del dinar musulmán, que el bezante terminó por adoptar su modelo, misma que tomaron los reyes de España.