EL ARTE EN CRISTAL: DISEÑO Y COLOR
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odos, alguna vez, hemos tenido la oportunidad de admirar las grandes obras exhibidas en edificios públicos, tales como iglesias, catedrales, palacios y museos, conformadas por piezas combinadas de cristales de colores, ubicadas y orientadas estratégicamente para recibir el paso de luz y deleitarnos con su arte.
Estos vitrales o vidrieras en presentaciones de paneles, rosetones o claraboyas, que representan imágenes variadas o religiosas —ya sean de santos o de pasajes bíblicos—, llevan a cabo efectos ópticos, obteniendo sombras de tipo caleidoscópicas.
Lo que antes parecía exclusivo para los mencionados sitios públicos, hoy pueden ser añadidos a cualquier vivienda y con un aire de elegancia e iluminación, para lograr dar un toque distintivo de sofisticación sin la necesidad de observarlos en otros lugares.
Evidentemente, para poder colocar una pieza decorativa de este tipo en nuestro hogar, debemos de escoger el sitio adecuado para tal fin, con el objeto de obtener los mejores resultados, lo que se traduce en un equilibrio con las tapicerías y las lámparas, además de un sitio lleno de luz; pudiéndose adaptar en puertas y ventanas, por si se complica crear un espacio especial en algún muro.
Este tipo de trabajos eran realizados desde tiempos antiguos, teniendo auge, principalmente, en la arquitectura gótica, popularizándose —desde el siglo XIII— con diseños de varias secciones con motivos de tipo histórico o religioso, llevados a cabo en un color, salvo el delineado perimetral y detallado de figuras.
Para el siglo XIV, las dimensiones de las secciones aumentan, siguiendo la tendencia anterior, añadiéndosele esmaltes en color gris y amarillo. En el siglo XV, el tamaño se incrementó todavía más, incorporando a los colores esmaltados habituales, el rojo carmesí; además de utilizar vidrios dobles, uno con color y el otro natural.
La técnica de elaboración cambió para el siglo XVI, en donde los vitrales se hacían en una sola pieza, a base de vidrio sin color, siendo pintados con esmalte gris. Posteriormente, surgió el ingenio de esmaltar con distintos colores, lo que dio como resultado verdaderos diseños, emulando pinturas, reduciendo los costos del plomo para su ensamble. Totalmente diferentes a los de los siglos pasados, estos obedecían al estilo renacentista, teniendo como principales características, ser menos transparentes, más brillantes que sus antecesores.
Llegado el siglo XVII, la geometría se hace presente, haciendo que los vitrales sigan esta tendencia, dando un giro total en el concepto, hasta antes conocido, de lo que se tenía como verdaderas obras de arte atribuidas al período medieval.
Hoy en día se utilizan técnicas que intentan imitar las obras de siglos pasados, cuando los vitrales eran un símbolo de clase, de ornamentación y de exclusividad de determinados sitios emblemáticos.
Afortunadamente existen artesanos que pueden realizar este tipo de trabajo, el cual se definiría como algo único y exclusivo, puesto que será adaptado al espacio requerido, lo que lo convierte en algo personal. Con estas obras dejaremos de ver a los cristales como antes los veíamos, para vislumbrar un mundo de color, plasmado en lo que podemos llamar: el arte del cristal.