"El discurso de Cicerón en contra de Catilina en el Senado"; Hans Schmidt.
CICERÓN: UNA PERSPECTIVA FILOSÓFICA
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unque de ascendencia plebeya y, por consiguiente, con la imposibilidad de ubicar su naturaleza sanguínea como uno más de entre los hijos de los dioses del Olimpo —contrariamente a los aristócratas, de acuerdo con la tradición romana—, esto no impidió a Marco Tulio Cicerón convertirse en uno de los juristas y filósofos más sobresalientes de la historia.
Gracias a las condiciones económicas de su seno familiar, tuvo acceso a una respetable educación, llegando a estudiar incluso en Grecia. Reconocido por su retórica excelente, se sabe que admiraba la oratoria de Julio César, según ha dejado indicado el historiador romano Suetonio, en su célebre obra: “Vidas de los doce Césares”.
Desde temprana edad, entró en contacto con la literatura helena y con el Derecho, siendo descrito por sus instructores como un alumno destacado. Por su parte, Cicerón está considerado también como uno de los principales autores de la historia romana.
Ostentó el título de “Padre de la Patria”, otorgado por el Senado, toda vez que se desenvolvió como un acérrimo defensor de la República. Sus trabajos fueron prolíficos, tomando inspiración del pensamiento aristotélico e infundiéndoles su interpretación propia.
Es a él a quien se le agradece, en gran medida, la paulatina penetración del pensamiento griego en el mundo romano; toda vez que su labor literaria en lengua latina, propició la difusión de dicha filosofía en su patria.
De acuerdo con Cicerón, la razón era un elemento indispensable para la conducción del ser humano, siendo ésta capaz de destruir su naturaleza caótica, al darle acceso a la observancia (o acatamiento) de la ley. En su pensamiento, Dios era la fuente de donde emanaba la ley suprema, cuyo objetivo resultaría incomprensible para todo aquel que no optase por la razón en su vida; esto es: el cumplimiento del deber.
Sólo quien lograra vencer el vicio y el egoísmo podría no sólo entenderla, sino alcanzar su obediencia plena, puesto que la ley divina era la misma en cualquier lugar de la Tierra, quedando exenta de alteración alguna a causa del tiempo y del espacio.
“Esta Ley no necesita ser interpretada. No existe una en Roma y otra en Atenas; ni existe una para hoy que haya sido diferente para los siglos pasados. Es la misma Ley, eterna e inmutable, que rige a todos los pueblos en cualquier tiempo”.
Lo anterior abre paso a la concepción del Estado desde el punto de vista de Cicerón —un concepto todavía, hasta nuestros días, carente de un criterio unificado por la diversidad doctrinal en el campo político—, quien lo definía como el conjunto de ciudadanos organizados y ordenados por la ley.
Bajo esta perspectiva filosófica que concede prioridad a la ley divina y natural, el jurista romano afirmaba que los seres humanos eran iguales entre sí, al mismo tiempo que, gracias al uso de la razón, se contaba con la dicha de descubrir el mandamiento divino que desembocaba en su cumplimiento pleno.