WHISKY: UN DESTILADO ESCOCÉS
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entro del grupo de bebidas alcohólicas que se han ganado un nombre y reconocimiento a nivel mundial, destaca el Whisky. Además de ser un producto sin denominación de origen, es parte de la esencia y de las raíces culturales de Escocia e Irlanda, además de contar con un lugar distinguido en el gusto de los consumidores.
Según datos históricos, la fabricación de este destilado se da en el siglo XV, con propósitos medicinales, por lo que se le denominaba como “agua de vida”. De acuerdo con la región, el término puede variar en la forma de su escritura, no modificándose en su pronunciación ni en su significado. La palabra “whisky” se le atribuye al gaélico escocés: “uisge beatha”; mientras “whiskey” al gaélico irlandés: “uisce beathadh”. Con el paso del tiempo, el término se fue deformando para ser pronunciado como “usky” y finalmente como “whisky”, palabra más que conocida por todos.
A diferencia de otras bebidas como el cognac o el tequila —que sí cuentan con denominación de origen—, el whisky, al no contar con ella, puede ser fabricado en otros países como Estados Unidos, Japón, Canadá, Gales, España, India, Argentina, México, entre otros. A pesar de ser producido y comercializado en distintas naciones, la fama y la calidad del “scotch” o “escocés” no tiene grado de comparación.
Un dato interesante es saber cómo fue la propagación del whisky en el territorio europeo. Esto se debió a la plaga filoxera de la uva, la cual, a partir del año 1863, provocó una crisis vitivinícola que duró aproximadamente treinta años para erradicarla, provocando una grave afectación en la producción de cognac y vino; favoreciendo la introducción del whisky en grandes cantidades a todo el Continente, logrando con esto, un mercado en expansión.
Tratar de establecer una fórmula original, sería complejo poderla definir. A lo largo del tiempo, los productores han creado lo que para ellos es su sello de identidad, por lo que la “originalidad” depende de cada marca, conservando el aroma y el sabor característico de cada una de ellas.
Existen varios pasos en el proceso de fabricación, los cuales son fundamentales para la obtención de un producto excelente. Todo empieza con el malteado, motivo por lo que la cebada tiene que ser de buena calidad, misma que será humedecida y esparcida para su germinado. Pasados unos días, los granos de cebada —ahora llamados “malta verde”—, se secan en un horno a una temperatura de 70 °C.
El siguiente paso es el macerado. La malta es llevada al molino donde es mezclada con agua caliente, obteniendo un líquido dulce, el cual es enfriado en contenedores donde se le agrega levadura para iniciar la fermentación, que requerirá de dos días, empezando a presentarse pequeñas cantidades de alcohol, alrededor del 8% por volumen.
El siguiente paso es la destilación, desarrollándose en dos etapas en ollas distintas. En la primera se separa el alcohol de los residuos de la fermentación, obteniendo un producto con un contenido de alcohol del 20% por volumen. Al término de la segunda etapa se obtiene lo más puro del proceso, con un 63% de alcohol por volumen.
El líquido obtenido es almacenado en barricas de roble, usadas previamente en otras maduraciones y almacenajes de whisky, donde empezará el proceso de maduración, el cual consiste en la obtención del color dorado y sabor, durante un mínimo de tres años, evaporándose compuestos y logrando suavidad.
Existen tres tipos de whisky escocés: el whisky de malta (cebada malteada), el whisky de grano (trigo, maíz) y el whisky mezclado que es una mezcla entre ambos.