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NOMBRE MÍSTICO: EL SECRETO DEL PODER
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l escritor, exdiplomático y esoterista chileno, Miguel Serrano, señalaba en su libro titulado “La resurrección del héroe”, cómo el poder no sólo es una cuestión visible, producto de los acontecimientos políticos con el que las masas han sido educadas a lo largo de los siglos, sino una sustancia que procede de algo mucho más profundo y oculto, conocido sólo por unos cuantos. Esta razón misteriosa no sería otra que sencillamente el nombre.
Serrano indicaba cómo los antiguos eran conscientes del poder que un solo nombre era capaz de encerrar. Dicha palabra era secreta y guardada con gran celo, a costa de la vida misma, toda vez que los privilegios de su conocimiento eran concedidos al portador. Así, el “nombre místico” o “nombre verdadero” de determinados objetos —e incluso de lugares—, era únicamente conocido por la élite, de modo que la designación pública, legal y oficial dada a las ciudades, era la difundida al pueblo en general. De acuerdo con el escritor, esto permanece hasta nuestros días, siendo del dominio de un selecto y reducido grupo que, en su opinión, estaría muy por encima de los propios jefes de Estado.
El planteamiento de Serrano no es nuevo ni exclusivo del autor, pero sí poco conocido por la mayoría. Ya los antiguos egipcios hablaban acerca del poder del nombre. La fuerza y el dominio que un sonido puede desencadenar, de allí que tan preciado conocimiento fuera transmitido a unos cuantos iniciados.
El mito egipcio de la creación del mundo relata el nacimiento del dios Ra a partir de un huevo de luz, en medio de la oscuridad reinante. Ra era todopoderoso, con la habilidad de transmutar en la criatura que su mente imaginara. Su palabra era ley, y cuanto ordenaba la materia obedecía. Así fueron creados los cielos y la tierra, los dioses y cuanto ser vivo habita en la Tierra.
A pesar de que se inclinaba por manifestarse bajo la imagen de un halcón, el dios decidió adoptar forma humana, convirtiéndose en el primer faraón de Egipto, a fin de dictar la ley a las futuras generaciones de gobernantes. No obstante, esta decisión resultó un tanto contraproducente, pues con el paso de los años comenzó a ser víctima de la senectud, perdiendo sus fuerzas progresivamente.
Pasado un tiempo, Ra creyó prudente delegar el cargo a otros dioses. Lo cierto es que el poder máximo siempre sería de él, pues la fuente de dicha sustancia recaía en su nombre secreto, mismo que a ningún dios ni mortal había revelado, consciente de las consecuencias negativas que esto podría ocasionar en su contra.
De entre todo el consejo de los dioses, Isis era la más sabia y astuta, ansiosa por el conocimiento pleno del Universo. Sólo una cosa le era desconocida: el nombre de su padre. Dispuesta a conseguir su objetivo, creó una serpiente con parte de la saliva de Ra, la cual lo mordió, cayendo víctima del veneno. Ante la incapacidad del dios de sanarse (porque la serpiente contenía parte de sí mismo y no había sido creada por él), Isis se presentó ante su padre diciéndole que el único modo de ayudarlo era si le revelaba su nombre, y así ella realizar una magia sanadora.
Renuente a hacerlo, el dios respondió: “Yo soy Khepri por la mañana, Ra al mediodía y Atum al atardecer”, a lo que ella repuso diciendo que esos nombres eran por todos conocidos. Ella necesitaba el nombre secreto. Fue así como Ra, luego de hacerle jurar no darlo a conocer a nadie más, se lo susurró. Al momento, el dios recuperó la salud, siendo así —tal y como reza el mito— como: “el conocimiento del nombre secreto pasó del corazón de Ra al corazón de Isis”.