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SIGLO X: LAS DINASTÍAS GERMÁNICAS
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os historiadores colocan al siglo X como la época del nacimiento de Europa. En él, la burguesía dio comienzo a sus primeros pasos, al mismo tiempo que la política, la agricultura y la actividad comercial obtuvieron un cariz de mayor organización dentro de la sociedad monárquica de dicho período. El papel jugado por las casas de ascendencia germánica, marcarían las pautas de la futura organización social del continente.
De manera similar al reino franco-occidental, el reino de Luis el Germánico se encontraba dividido en grandes territorios. Liudolfo fue el primer duque de Sajonia, ubicada en la zona norte, siendo su hijo Odón quien extendió los dominios a Turingia. En lo que al ducado de Franconia se refiere, tuvo lugar la riña entre las familias de los Conradino y los Bamberg. Por su parte, Arnulfo (nieto de Luis el Germánico), perteneciente a los carolingios, gobernó el ducado de Baviera. Tiempo después, el sucesor de éste, Liudpoldo, ganó para el reino la Bohemia y Carintia.
Los distintos gobiernos, aunque con un alto grado de autonomía e independencia en su inicio, pronto se verían orillados a mantener una comunicación más estrecha. La necesidad más imperante: la hostilidad del extranjero. Por supuesto, existían otros factores determinantes que los forzaba a conservarse unidos: la propiedad, la circunscripción territorial histórica y la sangre.
La sippe fue un concepto jurídico importante dentro del denominado Derecho Germánico, el cual fungía como elemento agrupador de todos aquellos individuos descendientes de un progenitor en común por la vía paterna. A comienzos del siglo X, los ducados germánicos ya se encontraban perfectamente delimitados, y pese a que existía la posibilidad de que terminaran independizándose, basándose en el tronco étnico, no ocurrió conforme a lo previsto al principio.
Por el contrario, los eventos posteriores terminarían por desembocar en la constitución de la figura imperial en Europa. Arnulfo de Baviera, sucesor de Carlos el Gordo, gozaba de una alta reputación como militar, además de estar considerado hijo ilegítimo de Carlomán. El Papa Formoso depositó plena confianza en él, al tenerlo por principal aliado ante los problemas que la política eclesial afrontaba en aquellos años, al grado de haber sido expulsado el Sumo Pontífice, de Roma. Al final, ante la ayuda recibida por parte de Arnulfo, el Papa le concedió la corona imperial.
Tras la muerte del emperador germano, y como consecuencia de las disputas políticas a raíz de controversias genealógicas, años más tarde fue nombrado Conrado de Franconia como el nuevo soberano imperial, cuya actividad administrativa buscó estar enfocada a las tierras teutonas. A diferencia de sus antecesores, la política del nuevo monarca no parecía guardar pretensiones imperiales sobresalientes, aunque le son reconocidos dos aciertos históricos: acercamiento con la Iglesia como aliada política para fortalecer el frágil entendimiento entre los aristócratas, y la designación como sucesor de uno de sus más grandes enemigos.
Enrique el Pajarero se esforzó por preservar la cohesión del imperio, debiendo incluso frenar las conspiraciones surgidas dentro de la propia familia. Asimismo, centró su atención en la seguridad territorial, levantando importantes fortificaciones. Esto contribuyó a disminuir las emigraciones de la población, y así dar comienzo a las grandes ciudades.