Fuente de la imagen: Pixabay. |
REPÚBLICA CRISTIANA: EL INICIO DE UNA FILOSOFÍA
L |
a idea arraigada en los primeros siglos de nuestra era, respecto a la formación de una sólida comunidad cristiana se intensificaba conforme el tiempo transcurría. No sólo se trataba de un sentir popular, sino, ante todo, una cuestión defendida desde las altas esferas y, principalmente, por el ámbito eclesial. El siglo X sería característico de dicho pensamiento, concibiendo al poder terrenal como irremediablemente enlazado con la legitimación por parte del poder divino.
La influencia de los textos de San Isidoro de Sevilla y de San Agustín fueron determinantes para la elaboración de una nueva filosofía política, basada en la preocupación del emperador por el alma de su pueblo. De este modo y bajo previo adoctrinamiento en las cortes, se inició un proyecto de renovación religiosa y moral a los miembros de la realeza.
El arzobispo Hincmaro de Reims, históricamente conocido por haber sido el consejero de Carlos el Calvo, fue denominado “la conciencia pensante de la Iglesia gala”. Hincmaro contó con un rol importante para la propaganda eclesiástica en el seno del Imperio, defendiendo la idea de la Iglesia como el centro de unión y reconciliación de todo un pueblo, cuyo fundamento de paz estaría muy por encima de los señores terrenales. Su destacada participación histórica lo haría convertirse en uno de los personajes eclesiásticos más significativos de la época carolingia.
Un largo camino vendría por delante, entre ellos el naciente concepto de la “República Cristiana”, misma que buscaría colocarse a la cabeza de la política de aquellos siglos. Según esto, el mundo cristiano y su progresiva evolución espiritual estarían englobados dentro de la innovadora expresión, siendo la defensa ideológica ante la paulatina penetración masónica en la sociedad.
La autoridad papal se vio intensificada, como consecuencia, en el plano moral, siendo punto de apoyo para las decisiones que el soberano adoptaba para el destino de su pueblo. Incluso, durante las controversias políticas en las que el trono se encontraba vacante, el Sumo Pontífice contaba con la legitimidad para tomar el control estatal hasta la ceremonia de coronación del nuevo monarca.
A pesar de la gran dosis de pacificación y concordia que el nexo religioso y político dio lugar, fue inevitable la aparición de hostilidades en la cúpula del poder. El motivo no era otro, que la unción y el reconocimiento que el Papa hacía de los nuevos herederos al trono imperial.
Desde los inicios de la época carolingia, la consagración del príncipe por parte del Clero, pronto habría de asentarse como una tradición. Dicha ceremonia, de la que el propio Carlomagno participó, era posterior al nombramiento del emperador por parte de la nobleza. La idea de que la Iglesia debía finalmente confirmar al monarca era algo que, con el paso de los años, terminaría por incomodar a los aristócratas, sobre todo con el posterior surgimiento del Protestantismo.
La incomodidad tendría su fundamento en las decisiones políticas, ya que la dignidad eclesiástica era capaz de oponerse a la elección del nuevo príncipe por parte de la nobleza, y eligiendo en su lugar a un candidato acorde al sentir del Clero.