EL CABALLERO CISNE: UN HÉROE ENTRE EL ENIGMA Y LA LEYENDA
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urante la época de la Europa Medieval, una leyenda que fue transmitida vivamente de boca en boca fue la del “Caballero Cisne”. Desde tiempos antiguos, la identidad del antedicho personaje había permanecido en el anonimato, no sin hacerle merecedor de un pasado glorioso, toda vez que se le difundía como posible ancestro de Godofredo de Bouillon, cuya encomiable participación en la Primera Cruzada le había otorgado el título de “Defensor del Santo Sepulcro”.
¿Qué era lo que a este relato lo hacía tan llamativo? El noble mensajero de la Santa Hermandad Caballeresca acude a salvar el honor de la princesa, quien ha suplicado a los cielos para que le fuera enviado un defensor, luego de ser acusada injustamente de la muerte de su hermano, quien en realidad había caído víctima de una hechicera, siendo convertido en cisne.
Cuando la pena de muerte iba a ser aplicada, un misterioso joven aparece en una barca, de la que un cisne tiraba. Tras rescatarle heroicamente, la convierte en su esposa, no sin antes pedirle que jamás indagara por la real identidad de su salvador. Aquel día, una era de justicia, paz y prosperidad dio inicio en aquel lejano pueblo, en donde la virtud terminó convirtiéndose en la piedra angular.
A pesar del tiempo que la pareja transcurrió unida, cierto día la curiosidad de la princesa la superó, deseando conocer la respuesta a la pregunta prohibida. El joven, con tristeza, se revela entonces como guardián del Santo Grial, pero viéndose obligado a marcharse y abandonar a la princesa, conforme a una misteriosa ley divina que le indica retornar. A lo largo de los siglos, el relato continúo narrándose de generación en generación, de una u otra manera, pero siempre con la esperanza de que el Caballero Cisne volviera una vez más.
Quizá el personaje más célebre en cuya mente cobró mayor impacto la leyenda, fue Luis II de Baviera, cuyos detractores en su momento lo llamaron “el Rey Loco”, toda vez que, hacia el final de su corta vida, fue acusado de incapacidad mental para gobernar y fallecido en circunstancias todavía hoy debatidas.
Admirador, amigo y mecenas del famoso compositor alemán Richard Wagner, Neuschwanstein (El Nuevo Peñasco del Cisne) fue construido por Luis II hacia el final del siglo XIX, mismo que ha pasado a la Historia bajo los títulos de “Rey de Leyenda” y “único rey verdadero del siglo”; éste último en palabras del poeta Paul Verlaine. La enseñanza que su abuelo le había dado rezaba así: “Recuerda que podrá ser genuino gobernante sólo quien sepa dominarse a sí mismo. Haz felices a los demás y congratúlate en esto. Que tu amor sea fuego en cuyo manto se caliente tu pueblo”.
Desde muy joven, Luis II se sintió atraído por las artes y la literatura, además de enamorarse de la historia y la tradición de su tierra. Los poemas y relatos alemanes alusivos a antiguas hazañas y al honor caballeresco eran bien conocidos por el monarca que, incluso, hay quienes afirman que sufrió el mismo destino de Don Quijote, al desear convertirse en caballero y llamándose “Lohengrin”, resuelto en difundir la cultura en su pueblo.
El cisne era uno de sus animales predilectos. Se decía que podía pasar largo tiempo contemplando su marcha, recordando siempre al mítico caballero. En honor a éste y a su deseo por levantar un santuario dedicado a los valores eternos, tomó la determinación de construir el Castillo de Neuschwanstein, “templo para el amigo divino”, cuya forma asemeja a un cisne.
La belleza y majestuosidad del castillo alemán continúan hoy admirando al mundo. A través de sus salas es posible ser testigo del renacer de los héroes de antaño, y hay quienes afirman que la auténtica comprensión de su lenguaje corresponde sólo al monarca. Luis II moriría ahogado; una vez más el agua sería protagonista de un trágico final, como en el pasado lo fuera la partida del Caballero Cisne.